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Examen de selectividad curso 2012/2013 - Lengua castellana y Literatura

ENERO - Artículo 4

El debate sobre el sexismo en el lenguaje tiene bastantes capítulos sin resolver, también para los que desde los medios de comunicación nos esforzamos en cumplir la corrección lingüística y la política y a la vez ser fáciles de leer. Cuando uno se refiere como "las enfermeras" a un colectivo mayoritariamente femenino ¿está reconociendo a las mujeres como protagonistas de ese grupo profesional o está relegándolas a ciertos trabajos excluyéndolas de otros? ¿Está violando el plural genérico masculino que exige la RAE? ¿Los enfermeros se consideran incluidos en un colectivo denominado en femenino? ¿Acabaremos diciendo "las médicas" porque ellas ya son más entre los licenciados? ¿Por qué algunas mujeres prefieren presentarse como "médico", en o? Y ¿cómo me refiero al varón que ejerce de matrona? ¿Matrón?

En estos días que el sector sanitario en bloque se está echando a la calle en distintos lugares, sea contra la privatización de hospitales o contra el cierre de urgencias rurales, los medios de comunicación nos referimos a menudo a los colectivos de ese mundo con denominaciones nada neutras. "Médicos y enfermeras" es una expresión más que extendida en el habla popular, en el habla de los propios colectivos involucrados y en los diarios y emisoras. Hay otros casos de colectivos con nombre genérico femenino en el lenguaje real, desde las azafatas a las empleadas de hogar. El motivo es claro: son grupos con predominio abrumador de un sexo, aunque ya no uniformemente femeninas como en el pasado. La tradición ayuda a seguir refiriéndose a las enfermeras, pero ¿será que se perpetúa así un prejuicio?

ENERO- ARTÍCULO 3 DEL 2013

He aquí la versión actual del hombre nuevo, aquel que, de una u otra forma, ha sido siempre el sueño de todas las revoluciones. Se trata de un ser que, adonde quiera que vaya, nunca tiene cobertura y por tanto permanece incontaminado, a salvo de cualquier basura mediática. Después de un esfuerzo heroico ha logrado eludir el humillante destino de llegar a este mundo con la única misión de ser un hombre-antena, un repetidor humano solo apto para recibir y trasmitir llamadas, mensajes, correos electrónicos. Este hombre nuevo se niega de raíz a contribuir a la contaminación del espacio con una cháchara idiota, como un insecto más en la telaraña. Las personas privilegiadas, como esta, son todavía escasas, ya que en ellas se realiza el mito platónico de la invisibilidad, un don de los dioses. Ya no hay playas desiertas ni existen parajes preservados. Todo el planeta ha sido conquistado y sometido a la red social. Es inútil buscar un lugar inaccesible donde refugiarse. La jodida telaraña lo envuelve todo, desde la gélida estratosfera hasta el íntimo sudor del petate y a través de la almohada penetra en el subconsciente desguarnecido de los humanos. Pero el individuo sin cobertura no tiene necesidad de huir, puesto que él es su propio refugio. El mito del hombre invisible, ese sortilegio que llenaba la imaginación de nuestra niñez, que te confería el poder de atravesar las paredes, de estar a la vez en todas y en ninguna parte, equivale a esa invisibilidad platónica que ostenta hoy el hombre sin cobertura. Se acerca el día en que lo más snob será que digan de ti: no ha llegado todavía, ya se ha marchado, no se le espera, no lo llames, nunca contesta, está y no está, no existe, esa es su naturaleza. ¿Qué ha hecho este individuo preclaro para merecer el privilegio de estar envuelto en una atmósfera intangible y ser absolutamente real?. Su móvil vibraba cada minuto reclamando más papilla. Ese aparato se había convertido en un testigo de sus miserias, en un delator al servicio de sus enemigos. De pronto un día se sintió perseguido y acorralado en la red por una multitud de seguidores y amigos que trataban de devorarlo. Cortó por lo sano, arrojó el móvil a un pozo y comenzó a vivir por dentro como un hombre nuevo, no como un insecto capturado.

ENERO, ARTÍCULO 2 DEL 2013

EN algunos aspectos, el comportamiento de este país no se entiende. Como mucho, se soporta. Si nos observamos con la curiosidad de un anticuario, descubriremos realidades fascinantes. La semana que acaba ha sido pródiga para nuestra condición quijotesca. La inauguración de la línea de AVE entre Barcelona y Figueres ha consolidado a España como segunda potencia mundial en alta velocidad. Nuestra red casi duplica a la alemana. De hecho, los 800 kilómetros que cubren la distancia entre Madrid y la frontera francesa suponen más del 60% del tendido ferroviario con que cuentan los teutones. Con una particularidad. Hoy por hoy, esa línea apenas transporta a 10.000 pasajeros por kilómetro y año, cinco veces menos que la que une Colonia con Frankfurt. ¿Sabe alguien qué diablos es la rentabilidad? Nadie nos supera en paro, pero tampoco en tecnología. España es el país europeo con más teléfonos inteligentes per cápita. Más de 63 de cada cien usuarios tira de smartphones, frente al 48% de los germanos. Dicho de otra forma, aquí tuitean hasta los parados aunque estén los lunes al sol. Y como el movimiento se demuestra huyendo, también somos la zona geográfica que más chachas tiene. Trabajadoras domésticas, las llamamos. Tenemos pretextos que justifican tan sorprendente realidad (lean la sección de Economía). Pero nada puede ocultar que somos ingenieros del neoliberalismo universal, capaces de conjugar un desempleo sahariano con singulares manifestaciones de riqueza. Quizás por ello contamos también con la mayor inmobiliaria de Europa. Y nos permitimos camuflarla con un nombre que quita el hipo: Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria. Alias Sareb. El banco malo, para que se entienda.

Leer más: http://www.lavanguardia.com/opinion/20130113/54361855582/alfredo-abian-el-pais-de-los-prodigios.html#ixzz2HtCLahaR 


ENERO- ARTÍCULO 1 DEL 2013

Basta echar una mirada a las celebraciones televisivas de la Navidad en televisión para darse cuenta de que el país está atrapado en su pasado. Cada año se reproduce la impotencia casi sarcástica de que las cadenas de televisión triunfen con refritos del archivo. Más que la gloria inalcanzable del pasado, lo tremendo es el ruinoso estado del presente. Incluso las aportaciones del día presentan un aroma caduco, que trata de excitar la agradecida memoria colectiva. Pero las generaciones futuras se pueden encontrar con un agujero cuando traten de rememorar nuestro tiempo. ¿A qué se dedicaban en los especiales de Navidad? A revisar los programas de hace veinte años y sus más populares cantantes y cómicos.

Hasta un triunfo global como el del coreano Psy con su Gangnam stylenos pone melancólicos si recordamos que hace no tanto nosotros ocupábamos ese espacio para el feliz descerebre mundial con laMacarena de Los del Río. Si le dimos alegría a sus cuerpos fue porque encarábamos la vida sin tanto cilicio, salidos de un periodo gris e improductivo, bastante desacomplejados para lo bueno y para lo malo. Los coreanos recuperaron el tiempo perdido con bastante más tino que los españoles. Fueron capaces de conceder, tras la dictadura, la preeminencia de su crecimiento a la educación y la innovación tecnológica. Abrieron centros culturales por todo el mundo porque además de conceder importancia a la tecnología de la comunicación, colocando la Samsung o LG entre las marcas más rentables, decidieron primar también la producción de contenidos culturales y de entretenimiento.

Artículo 13

Este es un mundo para rápidos y yo soy lenta. Lenta para pillar algunos chistes, por ejemplo. Lenta para captar el guiño sociológico de una campaña publicitaria, por ejemplo. He sido lenta para percibir que el anuncio de la marca de ropa Desigual, en el que una chica se prueba modelitos provocativos frente al espejo para acabar diciendo que el tío que se piensa tirar sí-o-sí es su jefe, tiene un mensajito envuelto en su absoluta frivolidad. Por lo que leo, el mensajito que nos deja semejante bombón es que no solo son ellos los que tienen un deseo sexual irreprimible, etcétera. Jamás habría llegado yo sola a esta conclusión. Me han ayudado entre blogs y redes sociales. A no ser que un anuncio sea exasperante, soy de ese tipo de espectadores que van a lo que van. ¿Anuncias ropa? Enséñame la ropa. Al resto no le voy a hacer demasiado caso. De aquel célebre anuncio de Loewe en el que unos pobres jovenzuelos quedaban como descerebrados me quedó una idea: imposible vender lujo de manera tan cutre. Aparecieron teóricos argumentando que lo que busca la publicidad, por encima de todas las cosas, es que una marca ande de boca en boca. Ese lugar común de “que hablen de ti aunque sea mal”. Baratijas de experto.

 

Artículo 12

La política está llena de lugares comunes, como no podría ser de otra manera. Esto último, “como no podría ser de otra manera”, es uno de los lugares más comunes de la política. Cuando alguien dice un tópico (por ejemplo: “creemos en la Justicia”), suele traer en su auxilio esa coda: “Como no podría ser de otra manera”. Hay políticos que tienen su sello, como Felipe González, cuyo lugar común (luego glorificado por Nicolás Redondo y por los guiñoles del Plus) fue “por consiguiente”. Aznar era más de “como no puede ser de otra manera”. Carme Chacón tiene un lugar común, una muletilla, que puso en marcha en Sevilla, a lo largo del vibrante discurso con el que se postuló para despertar al PSOE: “alto y claro”. Ahora ha vuelto a hablar “alto y claro” invocando a Gregorio Peces-Barba, a quien le atribuyó, seguro que porque conoció bien sus expresiones, esta imprecación: “de una puñetera vez”. Hay que despertar al PSOE “de una puñetera vez”.

Ahora vengo observando que en las filas del Partido Popular se ha puesto en circulación (se ha puesto en valor, podríamos decir) un lugar común que está en todas las bocas, del mismo modo que estuvo, mientras estuvieron en la oposición sus portavoces o en el poder sus líderes, la frase “como no podría ser de otra manera”. Ahora que pasó lo que sucedió con Santiago Cervera (¿qué fue lo que pasó con Santiago Cervera?) escuché a dos o tres diputados con cargo en el partido del Gobierno explicar su apoyo (¿su apoyo?) al diputado que se olvidó de que lo era y se puso a investigar en la muralla como un espía de la TIA, aquella agencia de Mortadelo y Filemón.

Artículo 11

La aparición de un texto nuevo de Hans Christian Andersen es sin duda una gran noticia, un descubrimiento sensacional, como ya se ha escrito en periódicos de medio mundo. La vida y la obra del escritor danés han sido objeto de investigación desde hace más de un siglo. No era de esperar, por tanto, que apareciese nada completamente nuevo. Pero el historiador local Esben Brage halló en el archivo de la isla de Fionia lo que nadie podía sospechar: el que pudo ser primer cuento de Andersen, redactado cuando tenía entre 14 y 19 años. El estudio realizado por el investigador Ejnar Stig Askgård confirma la atribución. No se trata de un manuscrito original de Andersen, sino de una copia. Parece que el entonces futuro escritor regaló a una buena amiga de la familia, la señora Bunkeflod, ese primer fruto de su talento literario, y ella u otra persona de su familia regaló la copia a un tal S. Plum.

El mismo Andersen reconoce en uno de sus escritos autobiográficos que la casa de la señora Bunkeflod fue su primer auténtico hogar, y que en ella tuvo sus primeros contactos con la literatura y también que, al parecer, fue allí donde decidió dedicarse a escribir. No es extraño, por tanto, que ese primer ensayo lo regalara a su amiga y protectora. El cuento Tællelyset (La vela de sebo) reúne muchas de las características del autor. No solo de sus cuentos, también de sus novelas, muchos de sus poemas y dramas. La búsqueda del lugar en la vida, las apariencias sucias y pobres que ocultan un alma buena y creativa, la capacidad de iluminar a todos los demás, son elementos constantes en Andersen. Por ejemplo en El patito feo, donde bajo las feas plumas de un pato sin gracia se esconde un bello cisne que, sin embargo, no llegará a la culminación sino tras muchas penosas aventuras. Igual que esta vela de sebo. Por otra parte, tomar como eje central de un cuento un objeto aparentemente tan cotidiano como una vela barata es uno de los rasgos más característicos de los relatos andersenianos: sartenes, abetos, cuellos de camisa, farolas, cuellos de botella y otros objetos heterogéneos son protagonistas de algunos cuentos magníficos.

50 años del boom de la novela hispanoamericana

Ilustración de Sciammarella.

Artículo de El País, 3 de noviembre, 2012

En el ambiente literario iberoamericano se respiraba una especie de internacionalismo que antes no existía: los argentinos conocían lo que se hacía en México o en Colombia. En los sesenta se decía que la capital de América Latina era París porque allí se encontraron todos los escritores de aquella zona, unos exiliados de las dictaduras de sus países, mientras que otros estaban en misiones diplomáticas. El movimiento literario que estaba naciendo disponía de corte propia, ejército y artillería. En la capital francesa, el crítico Emir Rodríguez Monegal fundó la revista Nuevo Mundo cuyo propósito fundamental era promocionar esta nueva cultura literaria. Los autores se movían con su séquito, y la prensa, en especial la argentina, hablaba ya de una “concienciación literaria”. Sus obras circulaban por el continente gracias a las distribuidoras y a la nueva actitud de las editoriales. A los universitarios e intelectuales se les sumó un numeroso grupo de lectores que devoraba apasionadamente novelas como Rayuela, La ciudad y los perros o Pedro Páramo. El boom latinoamericano contó con muchos escritores y tres polos geográficos: Buenos Aires, México y Barcelona, donde la relación con Carlos Barral fue clave. Entre ellos, los más jóvenes se apodaron la Mafia. No eran íntimos, pero unos remitían a otros y salían juntos en las fotos. Había también sus pugnas internas, odios y celos irreconciliables, pero eso contribuyó también a agrandar la leyenda.

En ese ambiente y sin proponérselo, Luis Harss (Valparaíso, Chile, 1936), profesor de Letras y escritor, estableció el canon de lo que luego se conoció como el boom latinoamericano. Y lo hizo, como muchas cosas en la vida, por casualidad. Cuenta que fue Julio Cortázar, con el que se encontró en París, quien le animó a escribir un libro que captara las nuevas tendencias literarias. A estas alturas, casi cincuenta años después, ya nadie le puede negar su olfato literario. Los nuestros se publicó en inglés y pasó con más pena que gloria, hasta que la Editorial Sudamericana lo publicó, unos meses después, en 1966, en español. Se trataba de un ensayo de crítica literaria con 10 entrevistas a otros tantos autores iberoamericanos; algunos como Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti o Cortázar, ya consagrados, pero otros, como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez no superaban la cuarentena; João Guimarães Rosa era el único de ascendencia brasileña. La región más trasparente de Fuentes ya contaba con lectores, pero Cien años de soledad de García Márquez era un manuscrito inacabado cuando entrevistó a su autor en la localidad mexicana de Pátzcuaro. A todos les unía la idea de que su país común era el español. El idioma se había convertido en un artefacto arcaico que necesitaba renovarse. Lo cambiaron, dejando de lado el floreo literario que marcaba la época por el habla de la calle. Fuera, les esperaba un público hambriento por reconocerse en historias cercanas.Los nuestros no llegó a editarse en España, pero se convirtió en libro de obligado estudio. Alfaguara lo recupera ahora en el cincuenta aniversario del fenómeno literario.

Aquellos escritores descubrieron que era más eficaz escribir como se habla o como se sueña para trasladar historias cercanas y populares. El lenguaje y su forma local, el idioma es identidad. “Usar el lenguaje ajeno es alienación”, cuenta Luis Harss desde su casa, en un pequeño pueblo del Estado de Pensilvania, donde vive retirado de la enseñanza y de la crítica, entretenido ahora en la escritura de un nuevo relato. Este escritor ha desarrollado su propia teoría sobre el lenguaje, relacionada con el arranque de lo que fue la búsqueda de la novela totalizadora: los escritores iberoamericanos (aunque los de clase culta hablaban francés) se educaban leyendo traducciones del ruso, del alemán o del inglés. “En general versiones muy torpes, de editoriales españolas que deformaban, estereotipaban o censuraban. Quedaba un muñón parecido a todos los otros muñones que salían del mismo proceso. Se ha observado que el lenguaje de la traducción es generalmente el término medio de la época con sus mediocridades, lugares comunes y percepciones desgastadas, una horma rígida y un mortero. Eso es lo que leían los escritores, en eso se inspiraban, por eso todo salía tan mal y sin imaginación. Después se abrieron las puertas al mundo. Más cultura literaria, más manejo de idiomas, mejores traducciones, a veces por escritores buenos, por poetas, gente sensible. El escritor se educó, vio más, pudo más. La traducción se interiorizó, en vez de representar superficies”. Así empezó a redactarse la nueva novela.

“Alrededor del boom hubo esos otros, interesantes y raros, que quedaron fuera por cuestiones ajenas a su calidad”

Visto con la perspectiva que da el tiempo, se entiende por definición que ningún boom puede durar. En las universidades norteamericanas han florecido los departamentos de estudios latinoamericanos, pero se trata de una corriente solo para especialistas. En cambio, la nueva novela sí ha generado “un mar de fondo”. “Sigue, en el sentido que dejó modelos, descubrimientos, abrió dimensiones. No se puede escribir en Latinoamérica sin haber pasado por allí. Como no podían escribir las generaciones de Estados Unidos sin haber pasado por Hemingway y Faulkner. ¿Medio siglo después cuántos de la lista de Harss se han convertido ya en referencias universales? “Borges ya figura como un habitante de muchos otros mundos, y en muchos idiomas. García Márquez aparece en miles de novelas, su lista de imitadores es interminable; Macondo ha pasado a ser lo que Barthes llamó ‘un recuerdo de la imaginación’. Estoy casi seguro de que, como Hemingway y Faulkner, seguirán siendo fronteras entre un antes y un después. Cortázar, el más radical, desgraciadamente se conoce poco fuera del idioma español, queda muy atado a la lógica interna del idioma argentino. Cortázar es puro jazz y es difícil de transportar. Se lo distingue en Roberto Bolaño. Y en todos los que, sin saber por qué, tratan de escribir como se habla”.

Por correo electrónico escribe que Los nuestros se corresponde con una época de su vida, pero “quedó allá atrás”. Le gusta y le divierte recordar a la gente y hablar de los temas de época y las circunstancias que rodearon el libro, pero hace mucho que está en otras cosas. “No he seguido las carreras de esos escritores. A algunos los he leído de vez en cuando por placer. A otros no los he tocado en ¿cuarenta-cincuenta? años, dejaron totalmente de interesarme, ¿qué quieren que les diga? Uno no se queda donde estaba”. En esa estela de placer que provoca la nostalgia bien entendida se detiene a hablar de dos editores fundamentales: Roger Klein y Paco Porrúa. Curiosamente fue un editor estadounidense, un tipo alerta a todo lo que pasaba en el mundo literario en cualquier idioma, el primero en proponer el libro. Sin la pequeña ayuda financiera que le dio Roger Klein de Harper & Row en Nueva York (unos 1.500 dólares), Los nuestros no existiría. “Se me ocurre que de su propio bolsillo. Era de una gran familia judía de joyeros. Un tipo raro en EE UU, donde se conoce poco y se traduce menos. Yo me resistía a muerte. Había abandonado Argentina, huyendo del peronismo, y me había instalado en EE UU. Había roto espiritualmente con Latinoamérica y el idioma español, pero Klein me regaló su persistencia. Curiosamente, después, por problemas personales (fue gay antes de tiempo) perdió el interés”. El original inglés salió huérfano, nunca vendió nada, y Klein se suicidó dos o tres años más tarde dejando un gran vacío.

Aquellos escritores descubrieron que era más eficaz escribir como se habla o como se sueña para trasladar historias cercanas y populares

El fracaso que supuso su publicación en inglés no arredró a Editorial Sudamericana cuando decidió publicar el libro en español. Paco Porrúa (A Coruña, 1922), editor de Minotauro, que luego distribuiría Los nuestros, se movía más en el terreno de la ciencia ficción, pero tenía buen apetito para los autores nuevos. Por eso se alió mano a mano con Harss en una precipitada traducción. “Fuimos como hermanos, poco tiempo, cuando nos distanciamos lo extrañé mucho”. Los nuestros se vendió más de lo esperado y funcionó, especialmente, como texto universitario, pero con el tiempo se convirtió en el manual para el conocimiento de ese movimiento literario que representaban los 10 autores entrevistados en el libro.

El boom también dejó sus víctimas, sobre todo entre los escritores jóvenes, un derroche de talento en el que no todos se salvaron. “Hubo una conciencia de círculo vicioso. Los que estaban en cierta cosa y no en otra. No hay duda, la mafia, el club, entre los que se sentían brillar. No hablo de mi selección, que es secundaria. Digo entre ellos. Alrededor del boom siempre hubo esos otros, interesantes y raros, que quedaron fuera por cuestiones ajenas a su calidad, como Felisberto Hernández que murió justo antes de empezar Harss sus entrevistas. “Escribía en sótanos, era pianista y lo imagino siempre al teclado, proyectando sus historias en una pantalla de cine (fue acompañante de cine mudo). Juan José Saer, que me quedó bajo el radar; no había llegado a ser él todavía en los sesenta. En esos días empezaba Manuel Puig La traición de Rita Hayworth. Es de 1968 con la estética del cine popular y los boleros. Cabrera Infante. José Donoso. Salvador Garmendia, venezolano, el de ‘los pequeños seres’ de la vida ciudadana. Un extrañísimo novelista talmúdico argentino, Mario Satz, casi ilegible, vivía en Barcelona. Les pasó a muchos”, remata.

De entre las víctimas, Harss conoció personalmente la tristeza de un narrador de mucho valor: José María Arguedas, el novelista peruano. “Conoció el ayllu, el hogar que le dio de chico la comunidad indígena y que después perdió. Trató de evocarlo en español sin perder la magia metafórica del animismo quechua. Escribió un libro notable, autobiográfico, Los ríos profundos. Es de 1958, a orillas del boom; había leído a Joyce. Su protagonista también es un Dédalo. Había gozado de mucho prestigio en su país, pero se movía todavía dentro de algunas limitaciones del indigenismo; fue excluido explícitamente del canon, humillado en artículos y comentarios, y se mató en 1969. Dejó un diario suicida, en su última novela, inconclusa, El zorro de arriba y el zorro de abajo. Diatribas (lamentables) contra sus detractores, pero también un acercamiento a la muerte, a la tierra, a las moscas, único en la literatura de Latinoamérica. Se fue comiendo barro como vino”. Un caso de perdedor total, antes de saber quién era Harss lo recuerda sentado tocando la flauta en un rincón, en una fiesta de izquierdas en California. “Un momento de soledad tan aguda que me quedó la imagen para siempre”.

Los nuestros. Luis Harss. Alfaguara. Madrid, 2012. 411 páginas. 18,50 euros (electrónico: 9,99).

 

De izquierda a derecha, Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay, en 1974.

Viendo nacer una generación clásica

ALEJO CARPENTIER. ((La Habana, 1904) fue quizás el primero de nuestros novelistas en querer asumir la experiencia latinoamericana en su totalidad, por encima de sus efímeras variantes regionales y nacionales. Nuestra novela estaba en su infancia cuando empezó a escribir. Era poco más que escenografía. Su aparato era pomposo y retórico. Recorrió de punta a punta nuestro mundo tratando de asimilar e integrar todo lo que encontraba hasta poseerlo. Se buscaba como todo latinoamericano en la fábula y el mito. Su pasión ha sido seguir los pasos perdidos del continente, descifrar sus oráculos olvidados. El resultado es una obra de gran alcance y vigor.

MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS. Vivió y sufrió su época, y supo expresar su dolor. Ha hecho de su obra una especie de tribunal de apelaciones, refugio de los humildes con sus penas anónimas, templo de piedad y justicia donde claman las voces de los desposeídos… Visto hoy en perspectiva, El Señor Presidente ha envejecido, no intimida. Lo que da fuerza al libro es la sensación de que es un espejo deformado pero reconocible de una realidad sórdida, tristemente conocida por todos los que han recorrido los barrios bajos de las ciudades latinoamericanas. Pero es probable que se le recuerde por Hombres de maíz, un libro arrollador, en el que persigue lo que llama “un idioma americano”. Se da cuenta de que el floreo retórico y los lugares comunes de la prosa académica han sido la plaga de nuestra novela.

JORGE LUIS BORGES. Ha inventado su propio género, a medio camino entre el cuento y el ensayo, para darse completa libertad de movimiento. Varían las proporciones, pero la tendencia es siempre, como él dice, “estimar las ideas religiosas o filosóficas por su valor estético”. Pero hay algo más: una aspiración al absoluto que se vislumbra en las formas de la imaginación… Un cuento de Borges es algo muy especial. Cada uno de ellos rompe el molde. Combina felizmente, y en las formas más inesperadas, el suspenso y el teorema. Usa la sorpresa, la falsa apariencia y el argumento sofístico a la manera de la novela policiaca; mezcla la burla y la metafísica, la lógica y la argucia, la realidad y el hecho apócrifo.

JOÃO GUIMARÃES ROSA. Lleva cada línea del paisaje impresa en la palma de la mano. Hubo exploradores que abrieron fronteras en el interior, apropiándose de lejanas tierras de pastoreo que a veces fueron verdes y florecieron hasta convertirse en prósperas fazendas. Echar ancla en esas regiones inhóspitas siempre estuvo en conflicto con el espíritu vagabundo. La vida nunca era completamente sedentaria. Bajo el colono estaba el nómada. Guimarães Rosa encarna esa dualidad… Nadie ha penetrado como él en la psicología del habitante del sertão. El lenguaje es densamente emotivo, mezcla de erudición y dialecto, lleno de giros inesperados, inversiones, proverbios, interjecciones, preguntas retóricas.

JUAN CARLOS ONETTI. Hay en él algo genuinamente autóctono que va mucho más hondo que las estridentes protestas de nacionalismo literario que caracterizan a tantos de sus compatriotas. Los años que ha pasado entre Montevideo y Buenos Aires lo han asimilado al alma y al carácter de la zona. No fue él quien inventó la novela urbana en el Uruguay; el género ya existía, pero la ciudad muchas veces estaba en Europa, y en otros tiempos. Los escenarios locales no eran considerados dignos de interés. Onetti cambió todo eso. La vida breve puede ser su obra maestra, libro de inagotables desdoblamientos, un monumento a la evasión a través de la literatura.

JULIO CORTÁZAR. Es la prueba que necesitábamos de que existe una poderosa fuerza mutante en nuestra literatura que lleva a la metafísica (o la patafísica cuando la metafísica se toma en chiste). Brillante, minucioso, provocativo, adelantándose a todos sus contemporáneos latinoamericanos en el riesgo y la innovación… Es un hombre de fuertes anticuerpos. Con el tiempo ha ido descartando los efectos fáciles de la narrativa tradicional: el melodrama, la sensiblería, la causalidad evidente, la construcción sistemática, las amabilidades y la demagogia retórica. Ha buscado en la paradoja el verdadero acorde. Es difícil por el momento medir su impacto. Rayuela (1963) fue un huracán, es una obra ambiciosa e intrépida, a la vez un manifiesto filosófico, una rebelión contra el lenguaje literario y la crónica de una extraordinaria aventura espiritual.

JUAN RULFO. Sus libros están en un paisaje de tragedia clásica, los muertos lo persiguen. Sabe que el peso de los antepasados aumenta con la distancia. El de los suyos, que están lejos, no lo ha descargado nunca. Se ha pasado la vida abriendo tumbas en busca de sus orígenes perdidos. Su brillante y breve carrera ha sido uno de los milagros de nuestra literatura. No es, en el fondo, un renovador sino, al contrario, el más sutil de los tradicionalistas. Pero ahí radica su fuerza. Escribe sobre lo que conoce y siente, con la sencilla pasión del hombre de la tierra en contacto inmediato y profundo con las cosas elementales: el amor y la muerte, la esperanza, el hambre, la violencia. Con él, la literatura regional pierde su militancia panfletaria, su folclore. …Su lenguaje es tan parco y severo como su mundo. Es un estoico que no blasfema contra la vida, acepta el destino. Por eso su obra brilla como un fulgor lapidario. Pedro Páramo no es épica sino elegia. El ritmo del lenguaje es el de la sangre.

CARLOS FUENTES. En 1959 publicó La región más transparente, una supernovela en la que se narra, como lo llamaba el autor, “la biografía de una ciudad y una síntesis del presente mexicano”. La novela estaba destinada en cierta forma a ser un foro para las opiniones contradictorias de la época. Se llama al debate, no a una decisión final. Refleja la preocupación de ese momento por fijar, por resumir, por destilar lo mexicano. Está entre los poquísimos escritores latinoamericanos que dominan las disciplinas del cuento, ¿será por la simpatía que siente por la literatura norteamericana, donde florece el género?... El cuento además se presta idealmente a la pirueta brillante que siempre tienta a Fuentes. Es el arte de la baraja y la sorpresa, y nadie lo sabe mejor que él, que maneja la forma como si la hubiera inventado.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. Su empecinamiento nace de la nostalgia: por una época y por un lugar. Ha estado fuera demasiado tiempo. “Se me están enfriando los mitos”. Hará cualquier cosa para revivirlos. Son la luz —y la felicidad de la inspiración— que le viene de su infancia. EnLa hojarasca se destacan ya ciertos prototipos que poblarán los otros libros: el vetusto coronel, el médico de alma atormentada, la serena y consecuente figura femenina, siempre en García Márquez, un baluarte en la adversidad… Mas allá de los hechos cotidianos que constituyen el relato se advierte la intención mágica… Una misma subjetividad anima a todas sus creaciones. Los papeles que se reparten derivan todos de un solo repertorio mental. …La próxima fase del libro, que anuncia para marzo o abril de 1967, se llamará Cien años de soledad. Será la muy esperada biografía del elusivo coronel revolucionario, Aureliano Buendía. Será como la base del rompecabezas cuyas piezas ha venido dando en los libros precedentes.

MARIO VARGAS LLOSA. Cuando acababa de cumplir los 26, con sólo dos obras a su nombre, ya se destacaba entre nuestros escritores jóvenes. Era un inspirado que parecía haber nacido bajo una lengua de fuego. Tenía fuerza, fe y la verdadera furia creadora. La fama le había llegado pronto, pero se la había ganado honradamente. Hasta ahora ha sido menos profundo que pródigo. Su visión es limitada, sus caracterizaciones pueden ser esquemáticas y hasta simplistas, y es un empedernido determinista y antivisionario, pero una invencible riqueza de temperamento, una poderosa carga emotiva y una interioridad que él niega pero no puede reprimir dan densidad a su materia dramática. La ciudad y los perros (1962), su primera novela, narra la vida del colegio militar Leoncio Prado. Dos generales lo denunciaron, calificándolo de profanación y acusando al autor de ser enemigo del Perú y comunista.

Párrafos extraídos de Los nuestros, de Luis Harss.