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Examen de selectividad curso 2012/2013 - Lengua castellana y Literatura

Artículo 10

Filólogos son los que enseñan la lengua de Homero. Y, sin embargo, filólogos son también los enamorados de las palabras. Y es cosa sabida que amar las palabras es la básica condición para pensar correctamente o escribir un hermoso poema de amor.
Pero sin la lengua griega, el filósofo y el poeta que todos llevamos dentro tendrían la embarazosa tarea de inventar otra palabra más precisa que "idea", con la que pensar ideas. Y otra más bella para decir poema. 
Sin nociones de griego, aunque seas Nóbel de Física, ignorarás que dividir un átomo es imposible. Siendo un carismático parlamentario o un meticuloso gramático, desconocerás que cuando dices monarquía, utopía, democracia, metáfora o alegoría estás hablando en griego sin saberlo. Podrás ser un respetado biólogo que almacena en su memoria el nombre de todos los animales, pero te costará entender que un cefalópodo tiene el cerebro en los pies. Si tu vocación es la cirugía, deberás buscar en el diccionario qué es una histerectomía. Y aun siendo medallista olímpico, no sospecharás que un gimnasta vestido es una contradicción o que la verdad desnuda es una redundancia.
Si no estudias griego te será imposible adivinar que el cosmos lo es porque es bello y ordenado, que la cosmética pretende que el rostro femenino sea tan bello y ordenado como el cosmos; y que la Vía Láctea es tan solo el chorro de leche que emana del pecho de una hermosa diosa.

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Si desconoces la literatura griega podrás ser un experto informático capaz de eliminar los troyanos de todos los ordenadores, pero poco podrás decir de Héctor, el troyano más excelso, ni de la guerra más extraordinaria de la historia. Siendo el psicólogo más reputado del mundo, no acabarás de comprender por qué todos los niños tienen complejo de Edipo. Quizá seas el esteta de moda y te atrevas a disertar sobre La fragua de Vulcano del genial Velázquez. Pero ignorarás que Vulcano era en realidad Hefesto, que estaba cojo, que se enamoró de la más bella divinidad; y que el desprecio de Afrodita le hizo el más desdichado del Olimpo.
El protagonista de la película es un héroe. Sí, pero sin griego jamás sospecharás que además está emparentado con los dioses. Aunque algunos actores de cine son cínicos, no sabrás que todos los cínicos admiran a los perros. Amante de la música urbana, te será fácil constatar que rapero y rapsoda empiezan con "rap", pero te será más complicado apreciar que tanto los modernos raperos como los antiguos rapsodas helenos son expertos en coser canciones. Y si alguien te llama peripatético, provocando así tu enfado; será porque ignoras que te está comparando con uno de los más grandes filósofos al que le encantaba pasear. Y que es verdaderamente patético enfadarse por ello.
Es probable que sepas que Iker Casillas es un estupendo cancerbero, pero sin griego nunca sospecharás que, aun sin pretenderlo, le estás equiparando con un perro de tres cabezas. Sabrás que las pitonisas son brujas, sin embargo nunca adivinarás que su sabiduría viene de la tierra y que son amigas de la serpiente Pitón. Disfrutarás con los simpáticos delfines, pero desconocerás que se llaman así porque tienen ombligo. Habrás oído hablar de Penélope, popular actriz y hermosa canción de Serrat, pero nada sabrás de esa otra Penélope que tejía y destejía su telar esperando a su amado Odiseo.
En una biblioteca se almacenan libros, pero si desconoces el griego quizá ignores que, por la misma razón, el mueble donde guardas tus discos preferidos es una discoteca, aunque no tenga barra de bar ni luces destellantes. Tal vez intuyas que el alfa y el omega son el principio y el fin. Pero no sabrás por qué. Y ni siquiera barruntarás que omega es tan solo una  "o" muy grande.
Sin los mitos griego, el talón de Aquiles, la manzana de la discordia o la caja de Pandora solo serán frases hechas. Pero lo ignorarás todo sobre la cólera del guerrero en la batalla, el belicoso hermano de Eris o las muchísimas cosas que salieron del enigmático cofre antes de quedar atrapada en él la esperanza.
A lo mejor un día, tras un silbante flechazo, te enamoraste platónicamente de tu atractiva vecina. Y, poseído por las musas, pasaste la tarde escribiendo versos. Pero si no sabes nada de la antigua Grecia, desconocerás por qué tu amor es verdaderamente platónico, quiénes son las musas y quién te lanzó la amorosa flecha.
Y sin griego, en fin, nunca sospecharás que, aun sin haber estudiado ninguna lengua en la Universidad, al leer con devoción tu amoroso poema te habrás convertido en el más digno de los filólogos. Y que, precisamente por eso, mereces saber griego.

 

He puesto el artículo completo, pero para vuestro comentario, hasta la división por puntos.

Es un pequeño homenaje a la movilización  del día 12 del 12 del 2012, a las 12 horas: Manifestación en apoyo de los estudios clásicos por medio de la lectura pública de textos grecolatinos. 

El autor de este artículo es JESÚS PALOMAR VOZMEDIANO.

 

Artículo 9

Copio mi título de hoy ("La broma") del de una novela de Milan Kundera donde se cuenta la historia de un profesor universitario que, en la Checoslovaquia comunista de la posguerra, arruina su vida por hacer una broma. A las mentes totalitarias no les gustan las bromas. Y es natural. Toda broma auténtica presupone ironía, y toda ironía presupone que una cosa puede ser varias cosas a la vez. Cervantes, que inventó la ironía o al menos la convirtió en un ingrediente obligatorio de la novela, mostró que Sancho Panza es un tonto, pero también un sabio, y que don Quijote es ridículo, pero también heroico. Eso es la ironía: la revelación deslumbrante de que la realidad no es unívoca, de que una cosa puede ser una cosa y su opuesto, de que existen las verdades contradictorias, por usar la fórmula de Isaiah Berlin. Y eso es lo que no puede admitir el fanático: para él, las cosas sólo son lo que son y nada más; es decir: son sólo lo que él dice que son. De ahí que odie la ironía, el humor, las bromas (y, por cierto, las novelas, que proponen una visión ambigua, irónica y poliédrica de lo real). Y de ahí que la ironía y el humor suelan ser no sólo un síntoma de decencia individual sino también de salud colectiva. Sin ironía no hay tolerancia. Y sin tolerancia no hay civilización. Ni acaso humanidad: los seres humanos bromean; los animales no.

Esquemas útiles para escribir el comentario crítico

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PARA ANALIZAR SINTÁCTICAMNENTE ORACIONES SIMPLES

 

  1. A la presidenta del Madrid le han salido imitadores.
  2. El fin del monzón ha vuelto a infectar de piratas el océano Índico.
  3. Los primeros iPad llegaron el 3 de abril.
  4. Albert Elbaz se confirma como árbitro de lo exquisito en la semana de París.
  5. Vivimos en una perpetua adolescencia social.
  6. La fiesta de los toros ya era cultura.
  7. Consigue con El País la colección de tus personajes favoritos.
  8. Casi diez mil médicos de España prescriben productos de homeopatía.
  9. Las píldoras se fabrican a partir de sustancias vegetales, minerales o animales.
  10. El mundo de los libros copiados mueve en Perú muchísimo dinero.
  11. ¿Hay afición a la lectura?
  12. En Perú los precios de los libros en las librerías son muy caros
  13. Los grandes humedales de la Península renacen con las lluvias de invierno.
  14. Tres hermanos cruzan los Alpes a dos ruedas por la ruta de Aníbal.
  15. Alemanes e italianos lanzan al mercado las dos mejores motos deportivas del momento.
  16. Más allá de todo, siempre estará Pablo Neruda.
  17. El recorrido portugués del Duero combina a lo largo de 225 kilómetros vinos y paisajes.
  18. El humor es un manantial dentro de la tragedia.
  19. Literatura e historia son dos ramas de la memoria.
  20. Ya viejos, Cervantes y Goya rompieron cadenas.

Artículo 8

Se llamaba Andrea S., tenía 15 años, estudiaba en un instituto cercano al Coliseo y vivía en el sur de Roma, era de carácter extrovertido y a veces acudía a clase con ropa de colores llamativos y las uñas pintadas. Su familia y algunos de sus amigos más cercanos dicen que estaba enamorado en secreto de una muchacha de su mismo instituto, pero lo cierto es que nunca faltó quien se burlara de su aparente homosexualidad y sobre la red social Facebook una cobarde mano anónima había dedicado un perfil al “muchacho de los pantalones rosa”. El martes por la tarde, Andrea se ahorcó, en su casa, con su bufanda.

Lo que viene a continuación casi no hace falta escribirlo: la Fiscalía de Roma ha abierto una investigación por si se pudiera acusar a alguien de “inducción al suicidio”, dos ministros y el alcalde han pronunciado palabras sentidas de pésame y los compañeros del Liceo Cavour han encendido velas y le han dicho a una diputada que se acercó oportunamente por allí que sienten un doble dolor: el de la pérdida del compañero y el de sentirse señalados por la prensa como presuntos acosadores…

También el guion se cumplió en otro aspecto no menos doloroso. Durante meses, un adolescente —Jokin en Hondarribia, Amanda en Québec, Andrea en Roma..—sufre, por un motivo o por otro, el acoso de los violentos, el silencio de los cobardes y la falta de auxilio de quienes, por incompetencia o dejadez, no aciertan a conjurar el peligro.

Artículo 7

Un país con pocos niños es triste. Una sala de cine vacía también lo es, aunque no sea comparable el dramatismo de los dos escenarios. Los nacimientos decrecen en España. En las razones para este descenso intervienen el aumento de la emigración y el descenso de la inmigración. Pero en los análisis que se han hecho de esta mala noticia —mala, en un puro sentido económico; mala también en cuanto a que provocará decadencia social— no encuentro que se contemple uno de los temores que desde hace ya unos años paraliza la voluntad de tener descendencia: ¿es este el mundo que deseo para un hijo?, ¿podré hacer frente a su educación?, ¿perderé mi trabajo?, ¿tendré dinero para una canguro?, ¿cuántas horas podré estar con la criatura? Las parejas rumian todas esas cuestiones. Los hay que pueden independizarse, también los hay que lo han conseguido, pero lo que ganan no les da para tener familia. La pregunta es cómo se las apañaba la gente en la época del hambre, por ejemplo. Naturalmente, los hijos venían en muchas ocasiones cuando menos se les esperaba. No había planificación familiar y el sentido de la independencia y la intimidad en un hogar eran distintos. Ya no somos como éramos.

Cuando vuelvo a mi viejo barrio no puedo evitar que me invada la pesadumbre: no hay niños. El entramado urbano nacido del optimismo social de los sesenta ha cambiado. Esas aceras por las que los niños volvíamos de la escuela están ahora llenas solo de abuelos. Eso es lo triste: solo hay una edad, la tercera. Recuerdo que los viernes decenas de niños hacíamos cola para la sesión doble infantil del cine Moratalaz. El espectáculo éramos nosotros. Aquel cine ya no existe. Para colmo, la Comunidad de Madrid anuncia que se acaba eso de que los abuelos paguen solo un euro los martes en las salas. O sea, que unos no nacerán, y otros se van a morir de aburrimiento.

Artículo 6

 

La adolescencia es un momento de crisis en nuestra vida; entendida esta crisis en el sentido etimológico del término, como criba y escrutinio de lo que hasta entonces habíamos creído inamovible. El adolescente se enfrenta, en el plano sexual, emocional y afectivo, con borrascas que ponen en jaque su equilibrio interior; y aquellos entornos en los que hasta entonces se había sentido protegido -la familia, en primer lugar; y después todas las instancias sociales y comunitarias en las que se desarrollaba su existencia infantil- se tornan cárceles contra las que necesita rebelarse, para afirmar su identidad. Este combate natural, propio de cualquier época, se saldaba tradicionalmente con un proceso de maduración personal en el que el adolescente, a la vez que asimilaba su difícil metamorfosis, se incorporaba a la edad adulta, renovando aquellas identificaciones que en la infancia había aceptado pasivamente y que a partir de entonces deberá aprender a hacer suyas.

Pero en nuestra época, el adolescente se topa con un problema añadido: el mundo que le rodea, los entornos familiares y comunitarios, ya no le ofrecen seguridades y garantías; y, al mismo tiempo, su natural rebeldía es halagada por una atmósfera ambiental que ha hecho de la rebeldía -aunque sea la más insensata y desnortada- un valor en sí mismo, impidiendo de este modo su proceso de maduración. En efecto, nuestra época estimula y jalea la brecha entre generaciones, incita al adolescente a una exploración de ese mundo en el que se siente extranjero sin apoyos ni brújulas; y le infunde la creencia destructiva de que la ruptura familiar, la búsqueda de sensaciones nuevas, la exaltación del puro vitalismo y la confrontación con las reglas morales heredadas constituyen el único medio de afirmar su personalidad.

Los resultados de tan devastadora concepción pedagógica los tenemos ante nuestros ojos: el proceso natural de maduración, no exento de pasajes dolorosos, que desemboca en la edad adulta, se ha interrumpido insensatamente; y los adolescentes se ven así arrojados a un terreno de arenas movedizas, lleno de sugestivas y falaces promesas, en el que muchos terminan extraviados, en medio del desconcierto y la angustia. Así, los adolescentes de las últimas generaciones se han ido convirtiendo en sucesivas remesas de 'mozos viejos' de treinta o cuarenta años, que siguen cultivando las mismas aficiones de antaño, convertidas ya en aficiones infantiloides, y tratan patéticamente de camuflar su edad verdadera con atuendos y afeites rejuvenecedores, a la vez que contemplan con horror cualquier atisbo de compromiso o vinculación fuerte en su vida.