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Examen de selectividad curso 2012/2013 - Lengua castellana y Literatura

MIGUEL HERNÁNDEZ

COMENTARIO DE TEXTO

COMENTARIO DE TEXTO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

APROXIMACIÓN AL SONETO DE MIGUEL HERNÁNDEZ

 

 

YO SÉ QUE VER Y OÍR A UN TRISTE ENFADA

 

 

 

 

 

 

 

Juan CANO CONESA

 

 

 

 

 

YO SÉ QUE VER Y OÍR A UN TRISTE ENFADA

 

            Yo sé que ver y oír a un triste enfada

            cuando se viene y va de la alegría

            como un mar meridiano a una bahía,

            a una región esquiva y desolada.

 

            Lo que he sufrido y nada todo es nada

            para lo que me queda todavía

            que sufrir el rigor de esta agonía

            de andar de este cuchillo a aquella espada.

 

            Me callaré, me apartaré si puedo

            con mi constante pena instante, plena,

            adonde ni has de oírme ni he de verte.

 

            Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,

            pero me voy, desierto y sin arena:

            adiós, amor, adiós hasta la muerte.

 

Antes de dar paso a la interpretación y análisis de este poema, es obligado hacer una breve referencia a algo que desvelará, supongo, parte del misterio que encierra el personaje al que se dirige el soneto, es decir, la enigmática receptora de este lamento de amor no correspondido. El soneto “Yo sé que ver y oír a un triste enfada” forma parte del libro El rayo que no cesa. Según la investigación llevada a cabo por José Luis Ferris, este famoso poema, junto con otros siete, está inspirado en María Cegarra, a quien se dirige líricamente. Los otros poemas son: “Tengo estos huesos hechos a las penas”, “Mi corazón no puede con la carga”, “Silencio de metal triste y sonoro”, “Vierto la red, esparzo las semillas”, “Fatiga tanto andar sobre la arena”, “Al derramar su voz su mansedumbre” y “Por desplumar arcángeles glaciales”. Es decir, la mujer amada, el “tú” lírico al que se alude con el vocativo “amor” tiene nombre y apellidos (no es una invocación universal y abstracta al amor): se trata de María Cegarra, la poeta de La Unión, nacida en 1903 y autora de tres libros de poesía: Cristales míos, Desvarío y fórmulas y Cada día conmigo. El resto de los poemas que integran El rayo que no cesa (30 en total) se atribuyen referencialmente a Maruja Mallo, la pintora gallega que despertó la pasión amorosa del poeta[1]. Hay que decir inmediatamente que en el poemario hay tres dedicados a Josefina Manresa, su futura mujer: “Me tiraste un limón y tan amargo”, “Te me mueres de casta y de sencilla” y “Una querencia tengo por tu acento”. Hagamos una última apreciación innecesaria: la “Elegía a Ramón Sijé”, que también se incluye en El rayo que no cesa,  no tiene nada que ver, evidentemente, ni con el tema central del poemario ni con las personas a las que he aludido. Rompe, por tanto, la unidad temática del libro que, como se sabe es (a grandes rasgos y matices aparte, el amor).

 

Miguel Hernández y María Cegarra se conocieron el 2 de octubre de 1932, con motivo del homenaje que el pueblo de Orihuela tributó a Gabriel Miró. A principios de 1933 se volvieron a encontrar, en esta ocasión en Cartagena. Tras la ruptura sentimental de Miguel con su novia, Josefina Manresa, y abandonado por Maruja Mallo, aquel vuelve a visitar a María Cegarra (debió ocurrir esto el 26 o 27 de agosto de 1935, fecha del último encuentro entre ambos) y le lleva unos sonetos ya publicados en El rayo que no cesa; en uno de ellos, el titulado “¿No cesará este rayo que me habita?”, escribió aquella conocida dedicatoria que tantos comentarios levantó: “A mi queridísima María Cegarra, con todo el fervor de su Miguel Hernández” (la dedicatoria estaba manuscrita; no trascendió a la obra impresa). Mucho más comentada e intrigante es la dedicatoria con la que se abre el poemario: “A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya”. Se trata de una dedicatoria enigmática (decepcionada, diría yo) que Ferris atribuye argumentadamente a Maruja Mallo. Pero esa no la historia de la que procede hablar en estos momentos.

Pues bien: decíamos que a partir del aludido encuentro, comienza una relación epistolar que se vio truncada cuando María Cegarra, sin explicación alguna, dejó de escribir. Esta decisión dejó a Miguel confuso y dolorido: “Por lo visto, tampoco tiene interés conmigo”, escribió a Carmen Conde y Antonio Oliver. Tras la muerte de María Cegarra, aparecieron las cartas que Miguel Hernández le envió; en ellas Miguel le declaraba un amor puro y le reprochaba sus silencios. Definitivamente, su situación amorosa quedaba herida: nunca correspondido por la oriolana Carmen Samper; incomprendido por Josefina Manresa, con la que había roto sus relaciones; rechazado sin contemplaciones por Maruja Mallo; discreto y misterioso con María Zambrano y delicadamente ignorado por María Cegarra.

 

Todas estas heridas de amor propician el hecho de que el propio poeta se considere algo así como el “caballero de la triste figura”. De forma parecida se autodenomina en el presente poema, pues tras sentirse rechazado, aparece la figura del “triste”, personaje que, autobiográficamente, emerge en el primer verso del poema: “Yo sé que ver y oír a un triste enfada”.

 

Haciendo un inocente alarde de intertextualidad, llama la atención aquel pasaje de la Celestina en que Calixto, tras ser rechazado en primera instancia por Melibea, alude a conceptos y situaciones que encontramos en el soneto: “Cierra la ventana y deja la tiniebla acompañar al triste, y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡Oh bienaventurada muerte aquella que deseada a los afligidos viene!”. También me vienen al recuerdo aquellas palabras escritas por Margarita Duras, cuando trataba de justificar la presencia del triste (o de la tristeza) en la literatura. Afirmaba la escritora francesa, nacida en Saigón: “la alegría no nos necesita”. Es verdad. No aceptar la tristeza es quedar al margen del mundo, del destino, de la comprensión de la condición humana. Por otra parte, Ana María Matute defiende que “la verdadera literatura es triste”, porque triste es la vida. Y para terminar con esta digresión, queremos recordar la figura del gran Verlaine, garabateado por mil cicatrices y sangrante de heridas incurables, repleto de músicas, imponente de penas y usuario de una fe irrepetible y de amores furiosos. ¿Qué se pretende al presentar la tristeza como el centro de la visión de los poetas? Según Vargas Llosa, la compasión. Tras esta respuesta enlazamos una nueva pregunta: ¿qué pretende Miguel Hernández al despedirse de la amada como un personaje derrotado?

 

En el presente soneto se escucha la voz del poeta, que, tras insinuar cierto despecho amoroso que le ha proporcionado un sufrimiento que todavía no alcanza a la magnitud del que le espera, decide refugiarse en el desamparo y en el silencio, despidiéndose de su amada hasta la muerte. El proceso de esta situación irreversible se articula a través de ciertos momentos intensos que se organizan en torno a las siguientes ideas, coincidentes con cada una de las cuatro estrofas en que se divide el soneto:

 

a)         El “yo poético” reconoce la contrariedad que proporciona a los demás escuchar las quejas del triste. Éste habla de ese viaje amoroso que comienza en la alegría y termina por desembocar en la desolación. Viene de la luz y se dirige hacia una región esquiva, es decir, a los dominios del desdén.

b)         Anuncia el sufrimiento que le espera. Este sufrimiento se identifica con una congoja, una aflicción (“esta agonía”) provocada por dos heridas que abrieron dos objetos punzantes: la herida de “este cuchillo” y la de “aquella espada”. Interpretamos que el cuchillo provoca las heridas del dolor actual (amor no correspondido), mientras que “aquella espada” nos remite al dolor de un amor acabado hace algún tiempo y que causó mayor tormento que el actual (pensamos que se esté refiriendo a lo que quedó de su relación con Maruja Mallo, su gran pasión amorosa).

c)          Declara la retirada a los espacios del silencio y de la ausencia. Así, mientras el poeta opta por callar, la pena insta (“pena instante”, es decir, pena que grita, que se retuerce, que ruega, suplica). Recordemos que instar es, según la RAE,  “Repetir la súplica o petición, insistir en ella con ahínco”.

d)         Tras una vacilación llena de contradicciones y correcciones, se despide de la amada para siempre, “hasta la muerte”.

 

El poema comienza con una visión global y distanciada de lo que ocurre a los que sufren el mal de amor no correspondido. Decimos lo de distanciada porque el poeta se sitúa como espectador de alguien. Plantea el asunto como si “la cosa no fuera con él”. Este recurso tiene como misión sorprender las expectativas del lector, que pronto sabrá que “el triste” y el “yo” se identifican. Así, la sorpresa contribuirá a elevar el umbral del dolor. Existe por tanto en el primer verso una reduplicación del “yo”, cuyas marcas gramaticales vienen determinadas por el uso de la primera persona (“Yo sé”) y de un Complemento Directo representado por una tercera persona (a él, a un triste…, que soy yo). Inmediatamente, en el verso segundo, comienza un tono de impersonalidad (“se viene y va”). Tanto las expresiones “un triste” como los aludidos rasgos de impersonalidad vienen a universalizar el sentimiento amoroso de quien ha vivido la alegría y viene a desembocar en la tristeza. Como hemos adelantado, parece como si el poeta estuviera preparando el ambiente idóneo para entrar en la dura experiencia del dolor descrito en una lacerante primera persona, como el narrador más narrador que pueda darse en los relatos: el autodiegético. En este poema se cuenta un dolor, el proceso de una pena. Y lo “cuenta” una persona triste, ultrajada por la esquivez, es decir, el Miguel Hernández artista y hombre. No hay anécdota, no hay datos: sólo enfado, alegría pasada, desolación futura, sufrimiento, heridas, silencio futuro, ausencia futura, soledad vacía, desértica, y despedida.

 

En el segundo cuarteto, pues, emerge la realidad del “yo”. Es decir, se revela la identidad del “triste”, asociada al poeta enamorado, que adopta la primera persona, no como espectador, sino como sujeto. Es fácil descubrir ahora que la alegría queda representada por el “mar meridiano”, es decir, por el mar luminoso y brillante que viene a cobijarse en la mansedumbre acogedora de la bahía (la bahía es la calma que inspira al poeta la figura de la amada, posible refugio de sus ardores pasados). La tristeza, en cambio, se representa por ese lugar en donde reina la esquivez y la desolación: el desierto, la soledad. El contraste entre la alegría de la luz y la tristeza del rechazo aumenta la sensación de dolor que proporciona esa agonía que fue provocada por dos armas: el cuchillo y la espada. Ésta segunda se refiere a lo sufrido (herida profunda, la que se causa al toro antes de morir), mientras que la del cuchillo se refiere a lo que todavía queda por sufrir, cuando llegue la hora del adiós definitivo.

Es hermoso el contraste que existe en el primer terceto: el poeta, por un lado, opta por no hablar y por apartarse al reino del silencio y de la ausencia. Parece como si así evitara el enfado al que aludía en el primer verso del soneto. Sea como fuere, los infinitivos “ver” y “oír” de la primera estrofa quedan negados en la tercera: “ni has de oírme ni has de verme”. Pero si hablamos de contraste, hay que hacer mención a ese que nos cuenta el silencio del poeta y el grito instante de la pena: bellísimo terceto en el que hasta el nivel fónico contribuye a llenar de resonancias de plenitud armónica una rima interna de efectos sorprendentes: “mi constante pena instante”. Calla el poeta y grita la pena. La personificación es hermosísima y la separación entre el yo y su pena nos recuerda a Jorge Guillén, quien escribía en Cántico: «Yo no soy mi dolor. / ¿Mío? Nunca. No acoge / Mi poder. Anulado, / Me pierdo en el desorden.» . Claro que a estas y otras más atrevidas prosopopeyas nos tiene acostumbrados la poesía de quien es capaz de afirmar que “por doler, le duele hasta el aliento”.

 

Llama la atención cómo la última estrofa llega a retorcer la sintaxis, como más adelante observaremos. Desorientado, balbuciente, el poeta no se decide a irse, aunque se va. No caben explicaciones que hablen de una ida física y de una permanencia espiritual. No. El poeta pone en práctica ese apartamiento al que aludía en el anterior terceto, y, finalmente, se despide de la amada. Se acabaron las especulaciones, los requiebros y las esperanzas; se acabó el recurso de apelar a la compasión. Regresa la realidad, el presente cruel y, solo (desierto) y vacío (sin arena), el poeta se despide de la amada hasta la muerte.

 

Es muy revelador el uso de los tiempos verbales que predominan en cada una de las estrofas: la primera alude a un presente continuo y habitual, de carácter generalizador e impersonal; la segunda presenta una alternancia entre el pasado y un futuro anticipador, mitigado por una forma perifrástica (“me queda que sufrir”); esa anticipación queda definida en el primer terceto, cuyo futuro es concluyente (“me callaré,  me apartaré”); finalmente, la cuarta estrofa nos sitúa en el presente rotundo y puntual de la despedida: “me voy”, “adiós”.

 

Y puesto que hablamos del estilo del poema atendiendo al uso de los verbos, hemos de llamar la atención sobre algo que resulta asombroso: la recurrencia de verbos de movimiento a lo largo de todo el poema. Doblemente insólito resulta este hecho, si consideramos que el soneto es un poema de amor. Ese movimiento desnortado del ir y venir del primer cuarteto; ese andar del cuchillo (referido al sufrimiento presente) hasta “aquella espada” (referido al pasado) del segundo cuarteto, en el que con progresión ascendente y regresiva quedó tocado por instrumentos que proporcionan heridas; ese apartarse adonde habitan la ausencia y el silencio… todo ese movimiento, digo, queda reflejado en el final del poema como un ajetreo de desconcierto poético, de idas y venidas, de vacilaciones, de rectificaciones: “me voy, pero me quedo, / pero me voy […] Adiós amor, adiós hasta la muerte”. Es la apoteosis de la voz instante de la pena y el silencio resignado del amante rechazado. Y aquí es donde urge hablar del uso tan poco convencional (se trata de una incorrección elevada a categoría de licencia poética valiente y genial) de la recursividad gramatical en las adversativas. Eso que resulta incorrecto en el lenguaje ordinario, Miguel Hernández lo legitima con una autoridad incontestable. Por eso, llena de expresividad ese ir y venir vacilante, descontrolado y disperso del “me voy, pero me quedo, pero me voy”. Estas osadías gramaticales son una novedad en el poeta, pero novedad relativa, pues, aparte la invención de no pocos vocablos, ya en la Elegía a Ramón Sijé se atrevió a transitivizar el verbo ‘regresar’ en el verso 33 de dicho poema: “y desamordazarte y regresarte”. 

 

La enorme expresividad del poema viene determinada por el ritmo; también por una rima de resonancias asombrosas (¡qué extraordinaria paronomasia cierra el verso décimo, cuando atribuye a la “pena” la cualidad de “plena”: “constante pena instante plena!”), aunque, en una primera impresión, algunas combinaciones fónicas suenen a poco líricas. Claro que hablar de resonancias de aficionado en Miguel Hernández es no saber que la palabra del poeta oriolano es contundente como el hierro y penetrante como una lanzada de emoción, más allá de la frialdad de un enunciado. Es sorprendente cómo, tras la aparente rima sin aristas que pudieran sugerir los vocablos “enfada” y “desolada”, en el citado verso décimo reside una rima interna bellísima y de efectos memorables. Asalta la sensibilidad receptora del lector una serie de términos inesperados (“y nada todo es nada”, “me callaré, me apartaré”). También la especial disposición espacial de algunos vocablos que aparecen dispuestos intencionadamente con los conceptos cruzados: así el “ver” y “oír” del primer verso se convierte en “ni oírme ni verte”. En definitiva, queda la sensación final de que el poeta ha manejado el lenguaje con una originalidad incontestable. Pero al margen de toda consideración técnica, reconocemos en el presente soneto la personalidad de Miguel Hernández. Aunque no fuera rubricado con su nombre, escucharíamos y reconoceríamos su voz inconfundible (¿qué otra cosa es el estilo?).  

 

Estudiado también desde un punto de vista entonativo, observamos cómo la disposición oracional del poema alarga la melodía de los enunciados y se “escucha” un discurso lento, elegante y dilatado en los dos cuartetos. Los signos de puntuación son casi inexistentes (un punto tras cada estrofa y una sola coma cerrando el verso tercero). En los dos tercetos, en cambio, el balbuceo dubitativo y creciente del texto origina una entonación entrecortada que llega al paroxismo de la indecisión y el miedo en los tres últimos versos. Evidentemente, ese ritmo discontinuo y vacilante viene determinado por el uso de la recursividad de los conectores contrastivos “pero”, del uso de un asíndeton machacón, reiterativo y lleno de plasticidad: me voy, me voy, me voy, pero me quedo, / pero me voy… El poema, pues presenta un in crescendo progresivo, rítmico y de cierre abrupto. Tras el poema queda el silencio como límite, tal vez el efecto fónico más espectacular tras la sonoridad de los fonemas vibrantes de “amor” y “muerte”.

 

Siguiendo el cómputo porcentual de Pierre Guiraud en Las categorías estáticas del vocabulario y su posterior adaptación de Navarro Tomás al castellano, observamos que en el poema aparece un 51.28% de verbos (la norma establece que los verbos ocupan un 24.4% del total del léxico español), un 15.38% de adjetivos (la norma es un 24.4%), mientras que los sustantivos aparecen en un 30.76% de ocasiones, es decir, un 14% por debajo de la norma castellana. De estas observaciones porcentuales podemos deducir que el poema es especialmente dinámico, nada contemplativo, ya que, como dejamos dicho, predominan los verbos. Dentro de esta categoría gramatical, hay 8 de movimiento, cosa inusual en la lírica más profunda, la de las mayores emociones. Es en el primer cuarteto donde ya se contempla ese ir y venir desacordado y errático de la alegría a la soledad. Ese andar errático se intensificará gramatical y sémicamente cuando, en el segundo terceto, el trasiego vacilante de pasos conduzca inexorablemente a la estación término de la muerte, el cierre del poema. Así, pues, el gran mérito del poema consiste en que con una formulación categorial poco lírica, se consigue una gigantesca emoción lírica. Otra paradoja hernandiana. 

 

Pero al margen de lo que nos pueda sugerir ese mosaico de categorías, debemos hablar del léxico, uno de los aspectos en los que mejor se manifiesta el alma del poeta y el estilo del poema. Pertenecen al mismo campo sémico de la tristeza-dolor una serie de vocablos que se agrupan siguiendo unas pautas muy bien delimitadas por el texto. Con una relación de co-hiponimia con respecto del hiperónimo dolor, al tiempo que con una relación de progresión temática, aparecen “he sufrido”, “queda que sufrir”, “agonía” (con un desplazamiento hiperbólico), “cuchillo y espada” (en este caso, resaltados por un desplazamiento semántico tan recurrente como la metáfora) y pena (sinónimo de dolor). Frente a estos términos que, en cierta manera, configuran una red de sinónimos contextuales, aparecen los antónimos de la pena “alegría”, “mar meridiano” y “bahía”. Los dos últimos quedan unidos por una relación metafórica que, al tiempo que los obligan a relacionarse como sinónimos contextuales, se contraponen semánticamente a los términos “desierto” y “sin arena”, igualmente metafóricos y antónimos.

 

Al margen del campo léxico que los integre, observamos también una serie de paradojas que tienen su base en la utilización de un léxico dispuesto en una sucesión de antónimos magistralmente tratados: triste-alegría (1y 2); se viene-va (2); mar meridiano-región esquiva y desolada (3 y 4); todo-nada (5)[2]; callaré-pena instante (9-10); me voy-me quedo (12); desierto-sin arena (13). Encontramos, además, un notable contraste entre vocablos de connotación coloquial (enfada, se viene y va, cuchillo, espada, apartaré) frente a otros de matiz culto: esquiva, desolada, mar meridiano, pena instante… No contemplamos en esta ocasión la espléndida progresión temática que se observa en ver-oír, mar-bahía, todo-nada, he sufrido-me queda por sufrir, cuchillo-espada, me callaré-pena instante… porque hacerlo sería no acabar nunca.

 

Tocando de pasada la adecuación, queremos observar dos aspectos que nos han llamado la atención. Incluir en un poema de enorme intensidad emocional expresiones tan coloquiales como  “enfada”, “Lo que he sufrido y nada todo es nada”, “me apartaré si puedo” y la redundancia obsesiva del “me voy” es, en nuestra opinión, una osadía de armas tomar. Dichos coloquialismos tienen, además, un rasgo que los configuran como más valientes todavía: son fragmentos de oralidad insertados en un territorio –el de la poesía- perfectamente propicio a la exquisitez. El segundo aspecto consiste en el registro empleado por el poeta: independientemente de la preparación intelectual del lector del soneto o su formación, todos –creemos- pueden entender el sentido del poema y sentir la emoción que de él emerge. Son muy pocas las voces que representan cierto registro culto: “mar meridiano, región esquiva y desolada y pena instante… Y a pesar de todo, el soneto nos asombra con una fuerza y una reciedumbre que se aparta de la funcionalidad del lenguaje más automático e informativo.

Lo demás, ya se sabe: personificaciones puntuales (“pena instante”), símiles (“como un mar meridiano”), desplazamientos de carácter connotativo a partir de figuras tan recurrentes como la metáfora o la metonimia (“región esquiva y desolada”, “este cuchillo a aquella espada”, “desierto y sin arena”, “amor”), hipérboles (“el rigor de esta agonía”), asíndeton quebrado por una recursividad valiente, extraña y hasta rebelde (“Me voy, me voy, me voy, pero me quedo, / pero me voy) y rotundo final en el que el límite no es ya la voz de un verso, sino la ausencia de un poeta que se ha quedado sin voz.



[1] En el poema “Una querencia tengo por tu acento”, hay un enigmático verso en el que el poeta, reclamando los besos de su amada, Josefina Manresa, alude a Maruja Mallo con un vocablo misteriosamente homófono de la pintora gallega: “¡Ay, querencia, dolencia y apetencia!: / tus sustanciales besos, mi sustento, / me faltan y me muero sobre mayo.

[2] Otro mago del uso de la paradoja ha sido José Hierro, quien escribió un poema ya emblemático usando los vocablos “todo” y “nada”. El poema se titula Vida, y dice así: “Después de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo. / Después de nada, o después de todo / supe que todo no era más que nada. //Grito "¡Todo!", y el eco dice "¡Nada!". / Grito "¡Nada!", y el eco dice "¡Todo!". / Ahora sé que la nada lo era todo, / y todo era ceniza de la nada. // No queda nada de lo que fue nada. / (Era ilusión lo que creía todo / y que, en definitiva, era la nada.) // Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada”.

 

LA NATURALEZA Y MIGUEL HERNÁNDEZ

LA NATURALEZA Y MIGUEL HERNÁNDEZ

 

 

LA NATURALEZA Y MIGUEL HERNÁNDEZ

 

 Por Mª Ángeles Moragues

1- EL HOMBRE Y SUS CIRCUNSTANCIAS:

 

1.1- NACIMIENTO E INFANCIA.

1. 2- ADOLESCENCIA: FORMACIÓN E INFLUENCIAS.

 

 

2. – POÉTICA

 

   2. 1- EL TEMA DE LA NATURALEZA.

 

 

3.- ASPECTOS DEL LENGUAJE POÉTICO.

 

   3. 1- LÉXICO.

   3. 2- ESTILÍSTICA LITERARIA Y AFECTIVA.

   3. 3- VALORES SENSORIALES.

   3. 4- MÉTRICA.

 

  

4.- TASCENDENCIA DE LA NATURALEZA HERNANDIANA SIN MIGUEL HERNÁNDEZ.

 

5.- APLICACIÓN DIDÁCTICA.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2- EL HOMBRE Y SUS CIRCUNSTANCIAS:

 

2.1- NACIMIENTO E INFANCIA.

 

     Desde siempre ha estado muy ligado Miguel Hernández a la naturaleza, como poeta y como persona. Ya sus inicios biográficos se enmarcan dentro del marco natural de una población rural, Orihuela, municipio alicantino situado en plena comarca de la Vega Baja del río Segura, tierra fértil y productiva de cosechas hortofrutícolas. En él viene al mundo el poeta, nacido el 30 de octubre de 1910, en el primer domicilio familiar de la calle S. Juan, nº 80. Una vivienda rústica, en planta baja, de grandes portales y sillares antiguos (hoy desaparecida). En ella permaneció la familia durante cuatro años después de los cuales se trasladarían a la calle de Arriba, nº 73, (próxima al colegio jesuita de Santo Domingo y a las escuelas del “Ave María”) perteneciente a un barrio pobre donde la mendicidad y la proliferación de las clases más deprimidas de la sociedad aún hoy transitan e, incluso, habitan la zona. Actualmente entre el citado colegio religioso y el hogar de los Hernández está enclavado el Centro de estudios hernandianos y la calle de Arriba hoy es denominada calle Miguel Hernández.

     Todas las peculiaridades de la nueva vivienda, fundamentalmente las geográficas, influirán de manera notoria en la obra poética hernandiana. En principio, la construcción típica originaria de la época y la zona, también en planta baja como la anterior, rodeada por un zócalo de cemento moreno hoy pintada de color gris, hecha de mampostería y coronada en la parte alta por un huerto donde crecían el limonero, la morera, nopales y tres higueras, debajo de las cuales compuso algunas de sus mejores creaciones poéticas. “La fachada enlucida de yeso, la puerta de madera de dos hojas  unas segundas de cristales con una cortina echada…” en estos términos describe Josefina Manresa, la esposa de Miguel Hernández la casa de soltero de su marido. A estos datos hay que añadir un espacio destacable, el patio, luminoso y abierto con un pozo y a través del cual se accedía, tras unos escalones, a un establo que albergaba el rebaño de cabras, que salían a pastorear por la puerta trasera. La localización de esta casa a espaldas de la oriolana sierra de la Muela, en el llamado Rellano Blanco, facilitará el contacto directo del joven aspirante a escritor con la primigenia naturaleza. El entorno agrícola y ganadero de casa, a lo que hay que añadir el oficio paterno como tratante de ganado, se dejará sentir en la poesía de Hernández.

     Desde sus cuatro años Miguel entra en contacto directo con una naturaleza viva y ella será quien le conceda el primer conocimiento sobre la vida. En ella aprenderá el suceder de las estaciones anuales, el nombre de plantas y animales, sus olores, costumbres, ritos, ciclos como el nacimiento y la muerte de los seres vivos, asiste al parir de las bestias, a su amamantamiento, en definitiva, al despertar de la vida. Su labor como cabrero, asignada por el padre, de semblante adusto y talante severo, le llevará a aprender a silbar, a uquear al rebaño, a ordeñar, a limpiar el establo, a recolectar fruta, repartir leche etc.…

   Pero a este cuadro de naturaleza verde y embriagadora oriunda de Orihuela es obligado añadir sus capacidades de observador y de inquietud por saber, además de la instrucción primaria que, paradójicamente por decisión del padre, recibió en unas escuelas privadas para cursar preescolar llamadas de “Nuestra Señora de Montserrat” para más tarde ser matriculado en una extensión académica del colegio “Santo Domingo” llamada escuelas “Ave María”. Tras el abandono obligado de la etapa de instrucción, Miguel seguirá su tarea autodidacta leyendo a los grandes clásicos –Garcilaso, Góngora, Virgilio, etc- en la cueva “Canto Forat”, cerca de casa, en la misma sierra de la Muela.

 

2. 2- ADOLESCENCIA: FORMACIÓN E INFLUENCIAS

 

 

     A los quince años empieza a escribir sus primeros versos. Son los escarceos de un adolescente que pretende trasladar al papel los acontecimientos más sencillos de la vida, aquellos que observa cada día. Hay que hablar, por tanto, de una poesía sensorial en sus manifestaciones visual y acústica. Del mismo modo, este tipo de poesía es susceptible de ser calificada de cotidiana, pues convierte en materia escrita cuanto sus ojos detectan. Estos primeros escritos quinceañeros no pensaba enseñarlos a nadie habida cuenta de que no son sino notas aún sin terminar que albergan una temática local, ni siquiera regional, ya que es el paisaje de Orihuela lo que describen estos versos iniciales.

 

   Son poemas-ensayo, escritos con entusiasmo pero inmaduros ya que no existió nunca en Miguel Hernández una base cultural sistemática sino arrebolada, procedente de recomendaciones lectoras. Sí que denotan sus composiciones primeras mucho afán de superación aunque representen solo un ímpetu y un despegue para lo venidero.   En ellos imita Hernández demasiado aquel modernismo caduco del poeta archenero Vicente Medina y el costumbrismo bucólico del salmantino Gabriel y Galán, afines en lo campesino al entorno donde le ha tocado desarrollarse. Se trata de reminiscencias procedentes de sus lecturas primarias, aquellas que le prestara el canónigo Almarcha, su amigo Carlos Fenoll y las elegidas por decisión propia e instinto lector, sin guía alguna, de sus visitas a la biblioteca pública local. Así pues, a las lecturas citadas hay que añadir la poesía de Zorrilla, Campoamor, Bécquer, Espronceda y Rubén Darío, quien indirectamente le incita a leer un diccionario de mitología del que, más tarde, encontraremos inevitables ecos en la mezcla de palacios con barracas, de campesinos y ninfas, finos perfumes y olor a huerta. Le apasiona la belleza rubendariana y se convierte en su seguidor. El poema hernandiano “Oriental” fue escrito siguiendo Sonatina de Darío, tiene incluso el mismo número de estrofas.

 

   Destaca el poema “Amorosa” por la presencia en él de una suerte de “Carpe diem” a la usanza horaciana, y del que es cuestionable la procedencia de este tópico, de donde lo tomó el poeta. Descartamos cualquier origen derivado de las tempranas clases del colegio jesuita y nos acercamos más a la hipótesis de que esté enraizado en sus múltiples y variadas lecturas. El mismo Miguel Hernández reconocerá que sus versos adolescentes se fueron creando “con muchas lecturas”.

 

   Es también incuestionable su mimetismo literario. La influencia involuntaria y, a veces, voluntaria en algunos de estos poemas primeros es reconocida por el mismo poeta en el romance “A todos los oriolanos” en los siguientes términos: “poesías en las que hay imitaciones / harto serviles y bajas / reminiscencias y plagios / y hasta estrofitas copiadas”. Las reminiscencias le llegan de: Federico Balart, cuyas Poesías completas se publicaron en 1929 y llegaron a la biblioteca municipal de Orihuela. De él tomó la práctica del dodecasílabo y de estrofas sonoras, así como el detenimiento en elementos característicos del paisaje local.

 

   De Salvador Rueda toma la afición por los paisajes coloristas. La paleta cromática de Hernández pendula desde el azul de su cielo levantino y mediterráneo de Orihuela hasta el verde entendido como vitalismo, color de huerta fértil, vergel, y en menor medida, el blanco y el negro. El amarillo, que en su primera poesía es un color vivo, unido al fruto del limonero y en consecuencia asociativa a una sensación de amargura, en los libros posteriores como Perito en lunas adquiere tonalidades áureas.

Son diecinueve años los que tiene el poeta e intenta labrarse un futuro como escritor ya que esta idea es la única que tiene clara, “quiero ser escritor”, le dice a Carlos Fenoll. Se trata de piezas que hoy han de ser vistas y analizadas como poemas-proceso de aprendizaje.

 

   También su pluma se deja cautivar por la métrica de influencia guilleniana, Jorge Guillén es imitado por nuestro vate siguiendo las décimas de Cántico. Miguel copiaba las décimas originales y luego escribía las suyas propias en el mismo manuscrito.

 

   Asimismo, se siente atraído por el mítico mundo de García Lorca y la métrica del Cante jondo y de ello dejará constancia en Perito en lunas. Como anécdota recordamos que cuando Miguel tuvo el libro terminado envió un ejemplar a Federico y éste le contestó: “Tu libro está en el silencio como todos los primeros libros, como mi primer libro que tanta fuerza y encanto tenía. No se merece Perito en lunas ese silencio estúpido. Merece la atención y el estímulo y el amor de los buenos. Los libros de versos, Miguel, caminan muy lentamente”.

 

   El crítico Antonio Gracia advierte que Miguel Hernández ha sido escritor por los clásicos y como tal es leído. Esta afirmación la justifica poniendo de relieve la deuda del oriolano con Garcilaso que el propio Miguel ya reconociera en vida. Concretamente en el poema que le dedicó,  “Égloga”, con los versos  “o convertido en agua, aquí llorando, podréis / allá despacio consolado” donde hay claras referencias al Tajo, río que pasa por Toledo, ciudad donde nació Garcilaso, además de otras alusiones a su condición de caballero y militar.

 

   Según José Mª Balcells también se advierten en Hernández ciertas asimilaciones de la poesía petrarquista española del Siglo de Oro o la poesía pastoril de Cervantes.

 

3. – POÉTICA

 

   3. 1- EL TEMA DE LA NATURALEZA.

 

   Temática casi perpetua en la trayectoria hernandiana. Hasta en el uso del papel de estraza donde comenzó escribiendo hay huella de esa naturaleza consustancial a él. Será en 1926 cuando recoja sus composiciones poéticas en un cuaderno pautado con  líneas horizontales. Según declaraciones de quien fuera su viuda, Josefina Manresa, “el poeta nunca escribía en casa, siempre lo hacía en el campo o en la sierra”. Era pastor, “el oficio de los dioses paganos y los héroes bíblicos”, tal como le escribiría en una carta a Juan Ramón Jiménez. Llegó a escribir también a lomos de una cabra tal como él mismo confirma verbalmente en su “Carta a todos los oriolanos” donde dice: “Alma de mis oriolanos / ¡digo!, oriolanos de mi alma. / A vosotros me dirijo / desde esta carta “arrimada”, / que escribo, teniendo por / mesa el lomo de una cabra, / en la milagrosa huerta. / Mientras cuido la manada (…)”.

   En los primeros escritos que marcan sus inicios como poeta se advierte ya la estrecha vinculación entre su oficio poético y su cotidianidad en versos como “en cuclillas, ordeño / una cabrilla y un sueño”. Miguel nunca ocultó esta inseparable dualidad, más bien muestra sus sentimientos más exaltados en poemas como “Canto exaltado de amor a la naturaleza”. Miguel empieza cantando sus propias vivencias, aunando poesía y vida, y aún no sabe dar autonomía poética a la materia vital. Toda su poesía está envuelta en un sentimentalismo nato, las escenas huertanas, las de pastoreo y los cultivos son todavía típicos de una poesía regional que carece de universalidad, al menos temática. Su naturaleza es ahora, en estas publicaciones primerizas un paisaje colorista, perfumado, levantino y auténtico, él mismo lo dice al afirmar que “el limonero de mi huerto influye más en mí que todos los poetas juntos”.

   En esta primera etapa es cuando escribe con mayor intensidad sobre esta temática y lo demuestran poemas como “Pastoril”, “El alma de la huerta”, “La bendita tierra”, “Lluvia”, “Atardecer”, “La palmera levantina” auténtica vegetación de Orihuela donde es conocido el palmeral, “Plenitud”, “Flor de almendro”, “Naranjo” u “Olores”, un tributo, en definitiva, al paisaje visto y sentido. En este último poema citado dice así: “Para oler unos claveles / este muchacho de hinojos. / Tiros de grana. El olor pone sus extremos rojos.  Para oler unos azahares / este muchacho con zancos /. Espuma en luz. El olor / pone sus extremos blancos. Para oler unas raíces / tendido el muchacho este. / Uñas de tierra. El olor / lo pone todo celeste.” Un auténtico panegírico al olor y al sentido del olfato que lo inunda todo, no en vano, Miguel conoce el fuerte olor a tierra húmeda y a estiércol. 

 

    El poema “Pastoril” (declamarlo al alumnado) abre el ciclo público de este oriolano de pro y a modo de tarjeta de visita, a guisa de presentación. Los protagonistas son una pareja de pastores donde el componente masculino, quizá el propio Miguel, es un nato conocedor del ambiente bucólico poblado por: un río transparente, el astro rubio y el aura naciente. En medio, el llanto apenado de Leda, una pastora llora su abandono amoroso. De corte garcilasiano hasta la mitad del poema donde acontece el quiebro sentimental y luminoso. El sol declina, “la sierra roza”, la oscuridad se adueña de los sentimientos y la pastora “sepulta su negra pena”. De Garcilaso a Lorca en menos de sesenta versos marcados por la transformación de la naturaleza que a su vez señala con exactitud cronológica el paso del tiempo, de la mañana a la noche. Sentimientos y naturaleza son también un tándem inseparable.

   Los espacios cantados son aquellos donde el poeta desarrolla su andadura vital, en estrecho contacto con ellos. Así la ciudad de Orihuela es pasto continuo de sus musas, elogiada y enaltecida, descrita con detalles de minuciosidad realista. Su huerto no le pasa desapercibido a su pluma, y vinculado a su biografía común: “Paraíso local, creación postrera, / si breve de mi casa; sitiado abril, tapiada primavera, / donde mi vida pasa / calmándole la sed cuando le abrasa. / Adán por afición, aunque sin Eva, / hojeo aquí mis horas / viendo al verde limón cómo revela / de amarillo sus proras / y al higo verde hacer otras mecedoras (…)”.

   Hay también mezcla de sexo y erotismo que se expresa a través de símbolos, así en “Oda a la higuera” canta la virginidad de María. Las naranjas, los racimos, los vergeles y los rosales albergan también connotaciones eróticas. El limón, que tal como ya hemos señalado, es primero un elemento de inspiración, luego, en El rayo que no cesa, evoluciona a pena de amor, recordemos que ese limón imaginado que la amada le tira, abre en su pecho la herida de “una picuda y deslumbrante pena”.

   Más tarde, aparece su primer libro de poemas, Perito en lunas, donde sigue embelleciendo lo natural a través del empleo de numerosos recursos literarios. Ya en el mismo título aparece el astro lunar, símbolo de fecundidad. Evoca la belleza mediante la flora: azucenas, nardos, lirios, alhelíes, claveles y rosas. Pero no sólo la flora, también la fauna forma parte del corpus de su naturaleza, así la oveja a la que asemeja con la mujer, el toro con quien él mismo se identifica, “como el toro he nacido para el luto” o la abeja, el ruiseñor, el gallo son algunos de los animales utilizados poéticamente para expresar la pasión amorosa. El agua, un heterónimo que agrupa al río, al mar y a la lluvia como constituyentes naturales. Canta al río Segura que cruza la ciudad orcelitana, al Manzanares, a su paso por Madrid,  donde cuentan coetáneos suyos, como los poetas Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, los baños del oriolano en sus aguas durante el periodo estival que pasó en la ciudad madrileña. Y al mar Mediterráneo, que en palabras de otro poeta, Leopoldo de Luis, “refleja el levantinismo hernandiano” igual que la palmera a la que le dedica varias composiciones como “El palmero”, “Palmeras”, “La palmera levantina” y “Canto a Valencia”.  En Silbo de afirmación de aldea, el propio poeta se siente identificado con este árbol al decir: “alto soy de mirar a las palmeras”. 

   En Perito en lunas se produce un alejamiento de la naturaleza, lo que la crítica ha dado en llamar “un desgarrón entre el hombre y su paisaje”, si bien la relación con aquel terruño vivido y sentido no se rompe definitivamente. Por esta razón aparecen elementos todavía imbricados con lo natural, por ejemplo el gallo o el mar y el río, la granada, aunque cada vez más Miguel no busca la vertiente esteticista sino profundizar en el trasfondo humano y social. En este poemario la cosmología natural va cambiando. Ningún elemento más significativo como la higuera de la que ya hemos hablado. Ahora es un símbolo de lo masculino y viril. Su connotación erótica se manifiesta y la planta que estuvo consagrada a Dionisio es símbolo de la conjunción hombre y mujer cuando habla de “cociente higuera” y símbolo fálico al hablar del acto de la violación en los siguientes términos: “su más confusa pierna, por asalto, náufraga higuera fue de higos en pelo sobre nácar hostil, remo exigente”.   

    La lluvia, en ocasiones, se muestra vinculada a la sangre, “llueve como una sangre transparente, hechizada…”, otras veces, aparece acompañada de truenos, rayos y tormentas. El término rayo lo emplea Miguel Hernández para titular uno de sus libros, El rayo que no cesa, simbolizando en el rayo el destino trágico del amor, como si hubiera presagiado la premonición de sus propias circunstancias amorosas. La tormentas se dejan oír  en versos estruendosos como el emblemático de la “Elegía” a Ramón Sijé, “en mis manos levanto una tormenta de piedras, / rayos y hachas estridentes”. El trueno lo emplea en la “Elegía primera” para definir a Federico García Lorca como “trueno de panales”. Otro fenómeno atmosférico relevante en la poesía de Hernández es el viento, fuerza natural en quien deposita los valores de la paz y la libertad: “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran”.   

     La tierra es otro de los componentes trascendentes a su poesía. “me llamo barro, aunque Miguel me llamo”, así escribe el poeta al mezclar agua y tierra, porque concibe la tierra como madre, esa que le ha visto nacer y que lo acogerá tras su muerte, por ello es motivo de inspiración poética. Tal era su unidad con la naturaleza. Esta es una de las razones que impulsa a numerosos críticos a referirse a Hernández más como “el poeta de la tierra” que como “el poeta-pastor”. Este elemento es en el conjunto artístico de Hernández un motivo primigenio, de principio a fin la cruza. Se deja sentir también en sus creaciones teatrales y en la titulada El labrador de más aire hace decir Encarnación, personaje femenino: “La tierra que removía con la reja y con la yunta / se alzaba de punta a punta / ruidosamente sombría. / La tierra se descubría / y abría su espesa rosa, / y al preparar una fosa / para la lluvia y la mies / le tiraba de los pies / como una novia celosa”. Pregunta, ¿observamos reminiscencias quevedescas?

   En Hijos de la piedra continúa esta ósmosis y el personaje Pastor habla y dice: “A la tierra, retama mía, a la buena tierra llena de abrazos”. Es, en conclusión, el destino de todo lo creado, tal como asevera Jesucristo Riquelme que, como estudioso de su paisano, defiende “la fusión de Hernández con la naturaleza, ya como ser cósmico o telúrico, ya como ser social”.

 

   En las cancioncillas de El labrador de más aire vuelve a utilizar una ingente naturaleza en expresiones líricas como: “Como madreselvas, florezco en mayo, / y me crecen los ojos como los racimos”, y esta otra, “lo mismo que un chivo / con una encina / me juntaré contigo”.

 

   En la prosa Momento campesino publicada en el diario La Verdad de Murcia el 8 de febrero de 1934 escribe Miguel, “Vuestra vida es de la tierra como vuestra muerte”. Una vez más no abandona este tópico  que abandera gran parte de su producción.

   Durante el periodo bélico el poeta tampoco abandonó la naturaleza y buena muestra de ello la encontramos en el poema “España en ausencias” (leerlo al alumnado).

     Vicente Ramos habla en Miguel Hernández de hilozoísmo (del griego “hyle”, materia y “zoe”, vida, considera que toda la realidad incluso la inerte está dotada de sensibilidad. Fue la doctrina de la Escuela Jónica griega perteneciente al grupo de filósofos presocráticos), concepto heredado de la cultura griega, mediante el cual el poeta es identificado con la tierra levantina y sus particularidades, y permite relacionar a este poeta con otros escritores alicantinos como Azorín o Gabriel Miró, a quienes cita varias veces en sus versos, extraemos a modo de ejemplo el poema “La palmera levantina” donde dice: “vedla presa, en la retina / de Azorín. / Contempladla entre los ojos / rojos de belleza, rojos / de crepúsculo y pena de Miró”.  

   Pero el reino natural de Hernández no es exclusivo de historias contadas por una voz lírica omnisciente. También elementos unitarios son objeto de testimonio poético y tienen impronta inmediata de un poeta que canta lo que ve. La palmera levantina es digna del elogio procedente de la egregia pluma de Hernández. De ella conoce su anatomía de la raíz a la copa. A ella la culmina de metáforas definitorias al llamarla “señora de paisajes”, o metáforas puras, al hablar de “la que acuna  / al arcángel de la luna”, e incluso metáforas culturalistas, al referirse a esos vates alicantinos que fueron Miró y Azorín, tan literariamente conocidos por nuestro poeta.

 

   Miguel Hernández nunca necesitó de analógicos ni digitales aparatos avisadores del suceder inevitable del tiempo. La cronología poética es eminentemente natural. La llegada y marcha del día y la noche, de las estaciones del año, materializan el tiempo. “¡Marzo viene!” y “Horizontes de mayo” (lectura en clase) son dos de las composiciones emblemáticas alusivas al factor tiempo. En el primer caso encuentra el lector un prodigio natural, que no naturalista, donde confluyen una serie de constituyentes organizados, uno por cada dos versos: el horizonte, el cielo, las flores, el ruiseñor, los huertos, las aves, las moreras, los jilgueros.

 

   Pero el ciclo de la naturaleza como tal se cierra en Silbo de afirmación en la aldea. En este se produce la controversia entre sus líneas poéticas seguidoras de un culturalismo adquirido, el barroquismo gongorino asimilado, aceptado y practicado, una amistad conservadora católica, la de Ramón Sijé, el ejercicio verbal y estilístico frente a la espontaneidad del genio lírico innato en Miguel. Ahora toda la tradición lírica se enfrenta a la urbe y a las nuevas amistades del oriolano, Neruda y Alberti, son sus nuevas conquistas amistosas, ellos le imbuirán una ideología distinta, alejada del conservadurismo y tendente a la progresía.

 

  

4.- ASPECTOS DEL LENGUAJE POÉTICO.

 

   4. 1- LÉXICO.

 

   El léxico de su etapa inicial como escritor aparece repleto de palabras agrestes, a veces, insincero, pero siempre en pos de la búsqueda de la belleza. En varias ocasiones resalta un regionalismo ramplón y va utilizando palabras del habla panocha, salpicada de vulgarismos, aragonesismos y voces específicas de la zona del sureste español: la Vega Baja del río Segura y Murcia a la que desde siempre ha estado muy apegada la  vega. Basta con leer la composición poética “¡En mi barraquita!” para comprobar el inicial uso de dialectalismos léxicos.

 

  Asimismo, el empleo de de términos hondamente huertanos, hoy casi en desuso, hace acto de presencia en los versos: “bancal” y “anegar”. No se registran, sin embargo, palabras típicas con el seseo de la zona, tan enraizadas en la contemporaneidad hernandiana, su propia madre se refería a la tozudez de su hijo con expresiones como: “¡Qué cabesonico es!”, o el mote de Carmen Samper, su primer amor, “calabasica”, pero este influjo fónico no arraigo en la poesía sonora de Miguel, él escribía con corrección académica y la conocía.

 

  Otro aspecto es la aparición de voces creadas por invención propia tales como: azúleo, anfóricas, ideálica, opimo. En la octava 38 de Perito en lunas aparece “fustado” por “frustrado” y no quiso que fuera cambiado el vocablo por el correcto ortográficamente, la razón no es otra que su afán por aportar modismos y suscitar polémica.

 

  Emplea también numerosas voces polisémicas cuyo doble sentido obliga constantemente a los lectores a apelar a su capacidad asociativa y a deshacer equívocos. Así la palabra canto la emplea con tres acepciones: 1- del verbo cantar, 2- brocal de pozo y 3- piedra de río.

Este uso, e incluso abuso, de la abundancia de neologismos, cultismos y, en definitiva, rebuscamientos léxicos tenían como propósito la voluntad individual de Hernández de alejarse de su innata rusticidad. Él era plenamente consciente de su rudeza. Cuando escribe a Juan Ramón Jiménez, a quien llama “Venerado poeta”, le dice textualmente: “Por fuerza he tenido que cantar. Inculto, tosco, sé que escribiendo poesía profano el divino arte”.

 

   En suma, una poesía de juventud que para ser literaria debía ennoblecerla y el primer paso es mediante las formas y los recursos estilísticos.

 

   Pero no sólo el caudal de vocabulario procede de la realidad circundante, sus lecturas e influencias líricas tienen mucho que decir al respecto. En la génesis de su obra tropezamos con palabras heredadas de autores como San Juan de la Cruz, de quien toma abiertamente Silbo. Lo reescribe de la tercera silva del Cántico espiritual cuando el poeta canta a la amada, dice en el verso quinto “El silbo de los aires amorosos” tan afín al verso hernandiano que dice: “la pena hace silbar, lo he comprobado”. También en el culterano Góngora aparece silbo, exactamente en el octavo verso de la octava real sexta de la Fábula de Polifemo y Galatea: “que un silbo junta y un peñasco sella”, o en el verso séptimo de la octava 22 “¡Revoca, Amor, los silbos, o  su dueño (…)”. Esta y no otra interpretación es la correcta para entroncar el origen del término silbo, ya que existe la “leyenda” de la idea apuntada por Efrén Fenoll, para quien esa voz es tomada por el poeta haciendo gala de su habilidad para silbar al ganado.

 

   4. 2- ESTILÍSTICA LITERARIA Y AFECTIVA.

 

      El predominio de metáforas es notorio pero, quizá, o más relevante es el empleo de imágenes expresadas mediante el circunloquio, bastante frecuente y que abona el terreno para el cultivo de un estilo neogongorino. Asimismo, es perceptible la utilización de imágenes católicas, producto de su entorno y de la cultura religiosa oriolana que ha sido desde siempre un identificativo del municipio. Este conjunto de imágenes se constituye como una señal que despunta de lo común de los poemas.

 

   Estas imágenes permiten que podamos referirnos a la poesía hernandiana en términos de poesía visual, que en nada resta a la carga social de algunas composiciones. Como si fueran fotografías instantáneas las descripciones de objetos, espacios y animales son traídos al papel de forma escrita.

 

  Y la descripción de Orihuela en “Contemplad” donde paso a paso va describiendo su pueblo y aledaños geográficos con exacerbado lirismo. Nos versifica la sierra “una sierra aurífera de una ladera la apoya, / una huerta espléndida de verdor la enrolla / y un río de perlas siémbrala y de brillo. Y como un acero descomunal / dimensión la corta corvo y homicida / y un palmar egregio y un regio rosal / brota en cada punto de una inmensa herida”, sigue describiendo los campanarios, barrios y callejones de Orihuela para acabar: “¡Contemplad mi tierra…! Mágicos jardines / de belleza henchidos, verdes la circundan / músicas la ofrecen plúmeos clarines / flores, resplandores y aromas la inundan”.

 

   Las metáforas, además de estar muy elaboradas, poseen la peculiar cualidad de resaltar situaciones y objetos comunes de la vida diaria y hacen de estas metáforas un recurso retórico único ya que fueron creadas por el poeta para su mundo, para un cosmos basado en el culto a lo material y a lo humilde, y es, precisamente, en esto donde radica la originalidad de lo hernandiano. Así están metaforizados el toro, la palmera, el espantapájaros, la noria, etc.…

 

   Este recurso continúa a lo largo de sus publicaciones siguientes. Y hay varias composiciones en las que se aprecian de manera singular. Así en su lamento a la muerte del poeta García Lorca nos dice: “Primo de las manzanas, no podrá con tu savia la carcoma / no podrá con tu muerte la lengua del gusano / y para dar salud fiera a su poma / elegirá tus huesos el manzano”. Con esta bella metáfora Hernández nos dice que esa muerte no acallará su voz y cita los huesos, como elemento más resistente a la descomposición del cuerpo para expresar la perpetuidad de aquél poeta.

 

   En el conocido poema “Nanas de la cebolla”, la mención al bulbo es metafórica, y, a la vez, es la descripción de una realidad, la que le cuenta su esposa por carta sobre el hambre que padece con su hijo. “la cebolla es escarcha cerrada y pobre, escarcha de tus días y de mis noches, hambre y cebolla, hielo negro y escarcha grande y redonda”.

En este mismo poema canta la delicadeza de la infancia, “ser de vuelo tan alto tan extendido / que tu carne parece cielo cernido”.

 

   Otra metáfora es la imagen del sol, motor de vida, que es la encargada de dar cuenta del evento de la reproducción: “la gran hora del parto, la más rotunda hora: / estallan los relojes sintiendo tu alarido  / se abren las puertas del mundo, de la aurora / y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido”.

 

   En el “Niño yuntero”,  de Vientos del pueblo, donde hace referencia al horror de la niñez trabajadora cuando metafóricamente dice: “empieza a vivir y empieza / a morir de punta a punta / levantando la corteza / de su madre con la yunta / Cada nuevo día es / más raíz, menos criatura.” Tres palabras, las destacadas, alusivas a la naturaleza.

 

   Aun en Vientos del pueblo la naturaleza sigue teniendo voz propia. La ardua labor de arar la tierra sigue patente y metaforizada junto a ese elemento tan reiterado en la poesía hernandiana, los bueyes: “Lo veo arar los rastrojos y devorar un mendrugo y declarar con los ojos que por qué es carne de yugo”, o “vientos del pueblo me llevan”, “los bueyes doblan la frente / imponentemente mansa”.

 

   Las espigas aparecen en la portada del libro Viento del pueblo como una reivindicación del trabajo de los agricultores en una España agrícola. En este poemario social aparecen poemas como “Campesino de España”, cuyos versos cincuenta y siete y cincuenta y ocho nos dicen: “la salud de los trigos sólo aquí huele ya arde”. La figura del segador también está presente en varias creaciones desde el principio de su trayectoria. En la octava 41 de Perito en lunas vemos cómo el segador junta las mieses con una mano y con la hoz va haciendo tajadas cuando las corta próximas a la raíz: “la mano que las junta / afila las tajadas”. El segador desea que acabe la jornada  “a la luz en torno” por la tarde cuando la luz solar entorna la puerta del día, es decir, el crepúsculo, ya que las jornadas eran de sol a sol sobre todo durante el verano cuando era la siega. Luego, hará gavillas con las mieses, las trillará en la era y hará la masa del pan con la harina y la cocerá en el horno. Así se cierra el ciclo del trigo, desde arar la tierra hasta llegar al pan. Al panadero y al horno les dedicará las octavas 22 y 35.

  

   4. 3- VALORES SENSORIALES.

 

   Colores, olores y sabores brotan en los versos de este poeta. Cabría hablar de una poética basada en el credo de la sensualidad, donde las sinestesias, personificaciones de seres naturales son la nota dominante.

 

   4. 4- MÉTRICA.

  

   En sus primeras composiciones le falta mucha pericia formal para resolver tanto esquemas métricos como motivos literarios. Se deja llevar por la imitación de lo que otros poetas han realizado, perdiendo así la emoción que lleva dentro. Esto provoca que la métrica sea altamente variada. En cuanto a los tipos de versos empleados oscilan entre los bisílabos y los alejandrinos, del mismo modo que las estrofas ofrecen las más diversas combinaciones. Encontramos redondillas, romances, romancillos, hasta llegar al soneto, magna estrofa, que supone un vuelco en las estructuras cultivadas hasta entonces. Son momentos en los que abundan los vicios poéticos: ripios, sonoridad excesiva, ritmo fácil, aliteraciones, encabalgamientos…

 

  

5.- TRASCENDENCIA DE LA NATURALEZA HERNANDIANA SIN MIGUEL HERNÁNDEZ.

 

   Con esta denominación epigráfica nos referiremos al reconocimiento que, pese al paso del tiempo, se le sigue tributando a aquella naturaleza poetizada por Miguel Hernández, “in absentia” del mismo. Es conocida como la Senda del poeta, el mismo sustantivo senda ya conlleva los apreciativos semas de estrechez, incluso más que la vereda, por donde transitaban peatones y ganado menor. Consiste en un recorrido a pie durante tres días que finaliza en Alicante, último destino del poeta. Una iniciativa donde se aúnan poesía y naturaleza, obra poética y espacios reales y auténticos aparecidos en ella.

 

   Se halla dividido este itinerario en tres etapas con punto de partida en la puerta de la hoy casa-museo del poeta, en Orihuela, con la masiva concentración de senderistas y un recital de versos hernandianos. A continuación la dirección es hacia Redován (población situada a escasos kilómetros de Orihuela) donde nació el padre de Miguel y a la que pocos viajes realizó el poeta siendo niño y adolescente. En una de sus calles, concretamente en la Gabriel Miró, se lee una placa conmemorativa de esta Senda. Con posterioridad el desplazamiento llega hasta Callosa del Segura y después hasta Cox, donde también hay una plaza con el nombre de Senda del Poeta (junto al IES) y el único conjunto escultórico que existe de la familia Hernández al completo, Miguel, Josefina y Manuel Miguel, el segundo hijo de la pareja, obra tallada por un escultor local. Más tarde se avanza hacia Granja de Rocamora para finalizar el trayecto primero en Albatera (a seis kilómetros de Orihuela), donde la Casa de la Cultura fue bautizada con el nombre de nuestro poeta. El árbol característico es el naranjo (leer en clase el poema “Naranjo”).

 

   La segunda etapa parte de Albatera hasta San Isidro (localidad situada a dos kilómetros de Albatera, en tiempos de Hernández era su pedanía), allí permanecieron retenidos en trabajos forzosos numerosos compañeros de Hernández en la posguerra española. Con la reanudación de la marcha se llega a Crevillente y después a Elche, ciudad donde el poeta recibió su primer y único premio en marzo de 1931 otorgado por el orfeón ilicitano al poema “Canto a Valencia”. En ella fijó su residencia tras su muerte, su esposa junto a su segundo hijo y en cuyo archivo municipal se encuentran depositados los manuscritos del poeta. El árbol autóctono es la palmera (lectura de cualquiera de los poemas a ella dedicados).

 

   El último tramo comprende Elche-Alicante. En el cementerio capitalino y ante de la tumba de Miguel se clausura el recorrido con un recital. La arboleda de esta etapa es el almendro (declamación a los o por los alumnos de “Almendro”).

 

   Huelga decir que la Senda transcurre por caminos de huerta, hoy algo más adecentados, pero que conservan la esencia de aquel tiempo cuando Miguel con alpargatas los transitaba. Naranjos, limoneros, palmeras y algún escuálido rebaño pueblan aún este paseo, que viene realizándose hacia fines de de marzo, para conmemorar la efeméride de la muerte del poeta y siempre realizado a pesar incluso de las inclemencias meteorológicas.

   Como puede observarse es el primer trayecto el más completo y el más ligado a la vida rural de Hernández. En todos los municipios citados sigue existiendo la huella del poeta, no sólo la conservan sino que, además, la potencian.

 

   Si bien es cierto que esta descripción casi turística alude a uno de los acontecimientos de mayor relevancia en torno a la pervivencia del mito natural hernandiano, no es de menor importancia otras actividades de antaño que también recogían la semilla sembrada. Tal es el caso de la revista Lucera. En ella se perpetuaba el nombre de la cabra preferida de Miguel a la que uqueaba en la sierra oriolana. Lucerna fue una publicación de carácter socio-cultural, cuyo primer número apareció en septiembre de 1991, al precio de 100 pesetas, y se extendió durante años años, hasta enero de 2001. Era de periodicidad alterna y en ella tuvieron cabida los escritores de Orihuela de esta época, José Luís Zenón Huguet (actual director de la revista Empiurema), que junto a José Antonio Saura Fernández y Francisco Seva formaron el primer consejo de redacción. Aparecen también los nombres del poeta Ramón Bascuñana y Aitor Larrabide, miembro de la Fundación “Miguel Hernández” y también algunos coetáneos de Miguel Hernández como Ramón García Álvarez.

 

   Hoy sigue viva la permanencia del anfitrión de estas páginas en prestigiosas instituciones de renombre que siguen trabajando por el legado de Miguel Hernández. Citemos la Fundación “Miguel Hernández”, la “Asociación Amigos de Miguel Hernández”.

  

6.- APLICACIÓN DIDÁCTICA.

 

Hoy por hoy para plantear y realizar una aplicación didáctica de este tema lo más sugerente es trabajar con las TIC y en su mayoría desde ellas propongo:

 

ACTIVIDADES TIC

 

Visita guiada y explicada por el/la profesor/a en las siguientes páginas electrónicas:

 

-          www.miguelhernandezvirtual.com. Página de la Fundación homónima. Es interesante escuchar alguna de las entrevista –seleccionada por el profesor- que contenidas en la fonoteca.

-          www.amigosmiguelhernandez.org. Página de una asociación cultural que organiza actividades entorno al poeta y su obra.

 

2- Como actividad de audio se propone la escucha de la alocución de “Elegía primera” dedicada a Federico García Lorca, por el actor José Sacristán y de “Elegía” musicada por el cantautor Juan Manuel Serrat así como la versión del grupo Jarcha.

 

3- Búsqueda por la red de otras páginas sobre el poeta.

4- Visualización por Internet de las primeras publicaciones de este poeta.

 

ACTIVIDADES LÚDICAS

 

1- Viaje a la Casa-Museo de Miguel Hernández en Orihuela completada con un recital de poemas bajo la higuera donde el poeta compuso algunas de sus creaciones líricas.

 

2- La participación en la referida Senda del Poeta recoge también un día de convivencia con alumnos de otros IES, no sólo de la Vega Baja.

 

ACTIVIDADES DE REFLEXIÓN ESCRITA

 

1-      Cuestionario individual:

 

-          Concepto de paisaje: ¿se puede hablar de paisaje o únicamente de naturaleza en la poesía hernandiana?

-          ¿Qué relación existe entre el paisaje y las emociones expresadas en los versos primeros del poeta?

-          Análisis métrico de “Pastoril”.

-          Análisis temático del mismo poema para ver la influencia de las lecturas en Hernández.

 

2-      En grupo:

 

-          Elaboración de un índice de palabras hernandianas referidas al campo semántico de la naturaleza con las acepciones que fueron empleadas por Miguel Hernández. Se pretende que este vocabulario hoy casi perdido sea conocido por los alumnos.

-          El/la docente dividirá las octavas de Perito en lunas en tantos grupos como grupos de alumnos puedan realizarse en clase, las repartirá y los adolescentes les pondrán título con referencias naturales (ya que el alumnado desconoce que esta es una tarea ya realizada por los investigadores)

 

ACTIVIDADES DE CREACIÓN

 

-          Escribir una carta a los sucesores de Hernández exponiendo su opinión sobre aquella naturaleza.

-          Realizar una estampa lírica sobre un espacio natural de gusto personal.

-          Describir un lugar de la naturaleza actual.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Biografía

Biografía

Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910. La familia de Miguel estaba compuesta por el matrimonio, un niño, Vicente , y una niña, Elvira. El padre, Miguel Hernández Sánchez, se dedicaba a la crianza y pastoreo de ganado. Su madre, Concepción Gilabert Giner, se ocupaba de la casa. El matrimonio tuvo, en total, siete hijos, de los que sólo sobrevivieron cuatro: Vicente, Elvira, Miguel y Encarnación.

                            

A los cuatros años del nacimiento de Miguel, su padre decide trasladar el hogar familiar a una casa más amplia, situada en la calle de Arriba (actualmente Casa Museo). La infancia del poeta transcurre entre los juegos y el trabajo. Desde los siete años ayuda a su hermano Vicente en las tareas del pastoreo, aprendiendo de él este oficio. Asiste a una guardería privada, situada en su misma calle.

 

Ø      A los nueve años se inicia el aprendizaje escolar de Miguel en la Escuela anexa al colegio Santo Domingo. En el curso de 1924-1925 se incorpora a las clases, donde también estudiaba Ramón Sijé, el que más tarde sería su gran amigo.

Ø      Destaca el interés de Miguel por la lectura

Ø      En marzo de 1925 tiene que abandonar sus estudios en el Colegio Santo Domingo ante la crisis económica que atraviesa su familia.

Ø      Su padre le necesita para atender el ganado pero, pese a todo, él aprovecha sus horas de pastoreo en la sierra para seguir estudiando.

Ø      Miguel se convierte en un asiduo visitante de la biblioteca de Luis Almarcha, sacerdote y canónigo de la catedral oriolana. Allí descubre a los principales escritores clásicos de lengua española, así como traducciones de escritores griegos y latinos. 

 

Miguel Hernández empieza a escribir poesías hacia 1925. Su principal fuente de inspiración es el entorno en el que vive: la huerta, su patio, la montaña, las cabras, el pastoreo, el río, etc. Miguel aprovecha cualquier ocasión para escribir. Incluso tiene que esconderse de su padre, a quien le molesta esa afición poética de su hijo.

Algunos diarios de la provincia comenzaron a publicar sus primeros poemas. El primero que aparece publicado es el titulado "Pastoril", en el periódico local 'El Pueblo de Orihuela'. Tras esta aparición pública del joven poeta se irán prodigando sus colaboraciones en la prensa local y, posteriormente, en la provincial.

 

Se forma el llamado "Grupo de Orihuela", como fruto de la amistad entre Carlos Fenoll, Miguel Hernández y Ramón Sijé. Sus inquietudes literarias les animan a reunirse periódicamente en la tahona propiedad del padre de Carlos Fenoll. Cada uno compagina su trabajo o sus estudios con estas aficiones literarias, por lo que tienen que celebrar las reuniones al acabar la jornada.

 

En 1931 realiza su primer viaje a Madrid y, al no encontrar el apoyo que esperaba, regresa a Orihuela.

En 1933 se edita su primer libro, 'Perito en lunas'.

En 1934 realiza su segundo viaje a Madrid. Se publica en la revista 'Cruz y Raya' su auto sacramental 'Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras'.

Comienza a relacionarse con grandes poetas como Alberti, Rosales, Aleixandre y Neruda. Y con Josefina Manresa.

 

En 1935 se afilia al partido comunista.

Durante la República, participó en las “misiones pedagógicas” que llevarían cultura a las zonas más deprimidas de España.

Se incorpora al Ejército Popular de la República.

Es nombrado Comisario de Cultura.

Comienza su trabajo en la enciclopedia 'Los Toros', con José María de Cossío. Miguel participa, en Cartagena, en un acto-homenaje a Lope de Vega. Escribe el drama 'Los hijos de la piedra'. Su amigo Ramón Sijé fallece en diciembre de 1935, con 22 años.

 

En 1936 publica su "Elegía" dedicada a Ramón Sijé. Se edita su libro de poemas 'El rayo que no cesa'. Termina su obra teatral 'El labrador de más aire'.

 

 

En febrero de 1937 es destinado en Andalucía al "Altavoz del Frente". En marzo se casa con Josefina Manresa.

Participa en el II Congreso Internacional de Intelectuales en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia. Realiza un viaje a la URSS, formando parte de una delegación española enviada por el Ministerio de Instrucción Pública, para asistir al V Festival de Teatro Soviético.

Se publican 'Viento del Pueblo', 'Teatro en la guerra' y 'El labrador de más aire'.

En diciembre nace su primer hijo, Manuel Ramón. En otoño de 1938 muere su hijo y ello provoca una serie de poemas que anuncia en su libro 'Cancionero y romancero de ausencias'. Escribe el drama 'Pastor de la muerte'. Actúa como soldado, y como poeta, en diversos frentes.

 

En 1939 nace su segundo hijo, Manuel Miguel. En abril el general Franco declara concluida la guerra. Miguel intenta escaparse a Portugal, pero se lo impide la policía portuguesa y es entregado a la Guardia Civil fronteriza. Tras su paso por cárceles de Huelva y Sevilla, en una prisión de Madrid, compone las famosas "Nanas de la cebolla".

Puesto, inesperadamente, en libertad, es detenido de nuevo en Orihuela.

 

En 1940 se le traslada a la prisión de la plaza de Conde de Toreno en Madrid. Es condenado a la pena de muerte.

Más tarde la condena es conmutada por la de 30 años de prisión. En septiembre, es trasladado a la prisión de Palencia y en noviembre, al penal de Ocaña.

 

En 1941 es trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante. Se le manifiesta una grave afección pulmonar que se complica con tuberculosis en 1941.

 

En 1942 muere en la enfermería de la prisión alicantina y es enterrado en el cementerio de Nuestra Señora del Remedio de Alicante. Contaba, a su muerte, con 31 años de edad.

 

OBRAS

Poesía

 

Perito en lunas, Murcia, La Verdad, 1933 (Prólogo de Ramón Sijé).

Tristes guerras

El rayo que no cesa, Madrid, Héroe, 1936.

Viento del pueblo. Poesía en la guerra, Valencia, Socorro Rojo Internacional, 1937 (Prólogo de Tomás Navarro Tomás).

El rayo que no cesa, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1949 (Prólogo de José María Cossío. Incluye poemas inéditos).

Seis poemas inéditos y nueve más, Alicante, Col. Ifach, 1951.

Cancionero y romancero de ausencias (1938–1941), Buenos Aires, Lautaro, 1958 (Prólogo de Elvio Romero).

El hombre acecha, Santander, Diputación, 1961 (Facsímil de la primera edición de 1939 perdida en imprenta).

24 sonetos inéditos, Alicante, Instituto de estudios Juan Gil-Albert, 1986 (Edición de José Carlos Rovira).

 

Teatro

Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, Madrid, 1929.

El labrador de más aire, Valencia, Nuestro Pueblo, 1937.

Teatro en la guerra, Alicante, Socorro Rojo Internacional, 1938

 

PLAN DE TRABAJO 2ª evaluación

PLAN DE TRABAJO 2ª evaluación

  evaluación: Miguel Hernández                                 

 

CONTENIDOS:

·         Análisis sintáctico de la oración simple y compuesta

·         Análisis estilístico

·         Análisis morfológico

·         Análisis léxico

·         Resumen / Esquema de un texto poético

·         Texto argumentativo: opinión personal sobre un tema

·         Miguel Hernández:

Temas:

1. El amor en la poesía de MH

2. Vida y muerte en la poesía de MH

3. Imágenes y símbolos en la poesía de MH

4. El compromiso social‑político de MH

5. Tradición y vanguardia en la poesía de MH

6. La poesía española desde principios del siglo XX hasta la posguerra

7. MH y la naturaleza

TRABAJOS:

·         1 Poema de memoria

·         La casa Museo de Miguel Hernández. Crónica de una visita

·         La tumba de Miguel Hernández. Descripción.

·         RESUMEN DE LA CHARLA DE J.L. FERRIS

LECTURA:

·         Antología Poética de Miguel Hernández

Edición y guía de Lectura: José Luis Ferris

Editorial Austral (nº 487)

* Importante:

1ª)  De esta Antología solamente hay que preparar como secciones de estudio, las siguientes: Perito en lunas, El rayo que no cesa, Viento del pueblo, El hombre acecha y Cancionero y Romancero de ausencias.

 

2ª) De Perito en lunas hay que preparar sólo los siguientes poemas:

· Toro

· Palmera

· Gota de agua

· Noria

· Horno y luna

 

ACTIVIDADES:

EL MIERCOLES, 14 DE ENERO,  VISITA A LA CASA MUSEO DE MIGUEL HERNÁNDEZ  Y A SU TUMBA (7 EUROS CADA ALUMNO)

 

EL LUNES, 16 DE MARZO, A LAS 12 DE LA MAÑANA, CHARLA –COLOQUIO CON JOSÉ LUIS FERRIS

EXAMEN DÍA: 24 de marzo