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Examen de selectividad curso 2012/2013 - Lengua castellana y Literatura

Artículo 2, marzo

  

Después de la lucha por los sándwiches de Nocilla, lo mejor de los cumpleaños era el rato de la calle. En toda fiesta que se precie había cerca una calle en la que jugar, un patio, un garaje, una esquina sin salida, donde el cumpleañero y sus amigos recibían como anfitriones a los del cole en su lugar sagrado de divertimento diario. Ese lugar en el que a la hora de la cena se escuchaba la llamada de una madre desde alguna ventana. Los cumpleaños formaban una temporada completa de partidos fuera de casa, un calendario festivo que permitía conocer el juego en media ciudad. Mismos ingredientes, diferentes formatos, y muchas veces, preciosas novedades. Las reglas, las ponían ellos, los que recibían. Cuando tocaba cumple en el patio de casa uno hacía por sacar pecho, y mostrar las bondades de nuestro campo de juegos, en mi caso, el patio. Por eso ofrecíamos un completo, con fútbol, churro, mosca, chapas y guerra de globos de agua con los del patio de enfrente.

 En la pared, una portería pintada, en el suelo, circuitos de chapas, zona de peonzas, jardín para el barro y gua de canicas, zona oscura y semi prohibida, vallas que saltar, garajes en los que se cuelan los balones, solares, altillos para encanar la pelota, farolas para torturar, bancos en los que se sientan las madres, la zona de las niñas, combas, elásticos, postes de porterías pintados en bordillos, salientes que hacen de canasta… Paseando por los recovecos de la ciudad se podían diferenciar esos cotos privados de sueños e ilusiones, marcados con tiza y rodillas sucias. La calle era el patio de juegos del mundo en los ochenta, y se ha perdido. 

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