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Examen de selectividad curso 2012/2013 - Lengua castellana y Literatura

MIGUEL HERNÁNDEZ

TRADICIÓN Y VANGUARDIA EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

TRADICIÓN Y VANGUARDIA EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

TRADICIÓN Y VANGUARDIA EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

La obra de Miguel evoluciona a lo largo del tiempo: de una sencillez inicial, de un verso simple que respira bucolismo, o romanticismo sentimentaloide, pasa a un barroquismo complejo, a una trabajada y conceptuosa recreación de la realidad, con metáforas que poseen elementos personales innegables. Góngora y los clásicos están detrás de esta poesía “encorsetada” en octavas reales y profundamente imaginativa. (“Perito en lunas”). M.H. está dentro de la llamada “poética purista” de los años veinte. Influencias de Valery y Jorge Guillén. Un vanguardismo algo caduco ya, que convierte sus composiciones en acertijos poéticos.

  • Más tarde, su poesía, tras nuevas lecturas y nuevas amistades, se va haciendo más fluida y humana, agilizando las “armaduras”: versos jugosos, ricos en imágenes y en expresividad, sacudidos por una intuición trágica… (“El rayo que no cesa”). Influencias de Aleixandre y Neruda. Temática amorosa, a modo de cancionero, dentro de la tradición petrarquista. Imágenes y simbolismo al servicio de sus experiencias amorosas. Melancólicos paisajes de la lírica de Garcilaso.
  • Entre 1935 y 1936 se relaciona con el surrealismo.
  • En estos años sus poemas empiezan a tener conciencia social: es el poeta de la guerra civil. Con su verso y con su “sangre” va plasmando la tremenda experiencia de la guerra. (“Pueblo de mi misma leche”, dice el poeta). Superación de la etapa retórica. Poesía combativa y exaltada, de condenación del burgués. Defensor del pueblo, del oprimido, de los campesinos…  (“Viento del pueblo”). Muchos de estos poemas se escribieron pensando en la recitación pública. Poesía social. El contenido se esparce en cuatro direcciones: la elegía, la exaltación heroica, el sarcasmo combativo y lo social.
  • La derrota del ejército republicano supone para M.H. una tremenda decepción y una tristeza que vuelve a quedar reflejada en sus poemas. El odio, la muerte sin sentido, las cárceles… Desencanto y dolor. Empieza a buscar un intimismo (“El hombre acecha”) que culminará en el “Romancero y cancionero de ausencias”, concebido como un auténtico diario íntimo. Poesía de la experiencia. La verdadera preocupación humana: la vida, el amor, la muerte.
  • Al final, su poesía tiende hacia una síntesis conceptual, emocional y lingüística. Fácil de comprender y profundamente humana. Como dice Carlos Bousoño, sus poemas últimos tienden hacia dentro, son individualistas y sinceros. Y como hombre del pueblo, de clarísima extracción popular, surgen en él las canciones tradicionales, las de siempre, como expresión de lo más hondamente sentido.

 

En resumen: M.H. empieza escribiendo una poesía de imitación de la poesía culta barroca; y termina su obra poética utilizando las formas más próximas a las que había tenido en su infancia de pueblo sencillo: la poesía tradicional

BIOGRAFÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

BIOGRAFÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910. La familia de Miguel estaba compuesta por el matrimonio, un niño, Vicente , y una niña, Elvira. El padre, Miguel Hernández Sánchez, se dedicaba a la crianza y pastoreo de ganado. Su madre, Concepción Gilabert Giner, se ocupaba de la casa. El matrimonio tuvo, en total, siete hijos, de los que sólo sobrevivieron cuatro: Vicente, Elvira, Miguel y Encarnación.

                            

A los cuatros años del nacimiento de Miguel, su padre decide trasladar el hogar familiar a una casa más amplia, situada en la calle de Arriba (actualmente Casa Museo). La infancia del poeta transcurre entre los juegos y el trabajo. Desde los siete años ayuda a su hermano Vicente en las tareas del pastoreo, aprendiendo de él este oficio. Asiste a una guardería privada, situada en su misma calle.

 

Ø     A los nueve años se inicia el aprendizaje escolar de Miguel en la Escuela anexa al colegio Santo Domingo. En el curso de 1924-1925 se incorpora a las clases, donde también estudiaba Ramón Sijé, el que más tarde sería su gran amigo.

Ø     Destaca el interés de Miguel por la lectura

Ø     En marzo de 1925 tiene que abandonar sus estudios en el Colegio Santo Domingo ante la crisis económica que atraviesa su familia.

Ø     Su padre le necesita para atender el ganado pero, pese a todo, él aprovecha sus horas de pastoreo en la sierra para seguir estudiando.

Ø     Miguel se convierte en un asiduo visitante de la biblioteca de Luis Almarcha, sacerdote y canónigo de la catedral oriolana. Allí descubre a los principales escritores clásicos de lengua española, así como traducciones de escritores griegos y latinos. 

 

Miguel Hernández empieza a escribir poesías hacia 1925. Su principal fuente de inspiración es el entorno en el que vive: la huerta, su patio, la montaña, las cabras, el pastoreo, el río, etc. Miguel aprovecha cualquier ocasión para escribir. Incluso tiene que esconderse de su padre, a quien le molesta esa afición poética de su hijo.

Algunos diarios de la provincia comenzaron a publicar sus primeros poemas. El primero que aparece publicado es el titulado "Pastoril", en el periódico local 'El Pueblo de Orihuela'. Tras esta aparición pública del joven poeta se irán prodigando sus colaboraciones en la prensa local y, posteriormente, en la provincial.

 

Se forma el llamado "Grupo de Orihuela", como fruto de la amistad entre Carlos Fenoll, Miguel Hernández y Ramón Sijé. Sus inquietudes literarias les animan a reunirse periódicamente en la tahona propiedad del padre de Carlos Fenoll. Cada uno compagina su trabajo o sus estudios con estas aficiones literarias, por lo que tienen que celebrar las reuniones al acabar la jornada.

 

En 1931 realiza su primer viaje a Madrid y, al no encontrar el apoyo que esperaba, regresa a Orihuela.

En 1933 se edita su primer libro, 'Perito en lunas'.

En 1934 realiza su segundo viaje a Madrid. Se publica en la revista 'Cruz y Raya' su auto sacramental 'Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras'.

Comienza a relacionarse con grandes poetas como Alberti, Rosales, Aleixandre y Neruda. Y con Josefina Manresa.

 

En 1935 se afilia al partido comunista.

Durante la República, participó en las “misiones pedagógicas” que llevarían cultura a las zonas más deprimidas de España.

Se incorpora al Ejército Popular de la República.

Es nombrado Comisario de Cultura.

Comienza su trabajo en la enciclopedia 'Los Toros', con José María de Cossío. Miguel participa, en Cartagena, en un acto-homenaje a Lope de Vega. Escribe el drama 'Los hijos de la piedra'. Su amigo Ramón Sijé fallece en diciembre de 1935, con 22 años.

 

En 1936 publica su "Elegía" dedicada a Ramón Sijé. Se edita su libro de poemas 'El rayo que no cesa'. Termina su obra teatral 'El labrador de más aire'.

 

 

En febrero de 1937 es destinado en Andalucía al "Altavoz del Frente". En marzo se casa con Josefina Manresa.

Participa en el II Congreso Internacional de Intelectuales en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia. Realiza un viaje a la URSS, formando parte de una delegación española enviada por el Ministerio de Instrucción Pública, para asistir al V Festival de Teatro Soviético.

Se publican 'Viento del Pueblo', 'Teatro en la guerra' y 'El labrador de más aire'.

En diciembre nace su primer hijo, Manuel Ramón. En otoño de 1938 muere su hijo y ello provoca una serie de poemas que anuncia en su libro 'Cancionero y romancero de ausencias'. Escribe el drama 'Pastor de la muerte'. Actúa como soldado, y como poeta, en diversos frentes.

 

En 1939 nace su segundo hijo, Manuel Miguel. En abril el general Franco declara concluida la guerra. Miguel intenta escaparse a Portugal, pero se lo impide la policía portuguesa y es entregado a la Guardia Civil fronteriza. Tras su paso por cárceles de Huelva y Sevilla, en una prisión de Madrid, compone las famosas "Nanas de la cebolla".

Puesto, inesperadamente, en libertad, es detenido de nuevo en Orihuela.

 

En 1940 se le traslada a la prisión de la plaza de Conde de Toreno en Madrid. Es condenado a la pena de muerte.

Más tarde la condena es conmutada por la de 30 años de prisión. En septiembre, es trasladado a la prisión de Palencia y en noviembre, al penal de Ocaña.

 

En 1941 es trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante. Se le manifiesta una grave afección pulmonar que se complica con tuberculosis en 1941.

 

En 1942 muere en la enfermería de la prisión alicantina y es enterrado en el cementerio de Nuestra Señora del Remedio de Alicante. Contaba, a su muerte, con 31 años de edad.

 

OBRAS

Poesía

 

Perito en lunas, Murcia, La Verdad, 1933 (Prólogo de Ramón Sijé).

Tristes guerras

El rayo que no cesa, Madrid, Héroe, 1936.

Viento del pueblo. Poesía en la guerra, Valencia, Socorro Rojo Internacional, 1937 (Prólogo de Tomás Navarro Tomás).

El rayo que no cesa, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1949 (Prólogo de José María Cossío. Incluye poemas inéditos).

Seis poemas inéditos y nueve más, Alicante, Col. Ifach, 1951.

Cancionero y romancero de ausencias (1938–1941), Buenos Aires, Lautaro, 1958 (Prólogo de Elvio Romero).

El hombre acecha, Santander, Diputación, 1961 (Facsímil de la primera edición de 1939 perdida en imprenta).

24 sonetos inéditos, Alicante, Instituto de estudios Juan Gil-Albert, 1986 (Edición de José Carlos Rovira).

 

Teatro

Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, Madrid, 1929.

El labrador de más aire, Valencia, Nuestro Pueblo, 1937.

Teatro en la guerra, Alicante, Socorro Rojo Internacional, 1938

 

LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX HASTA LA POSGUERRA

LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX HASTA LA POSGUERRA

LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX HASTA LA POSGUERRA

 

 

NACIMIENTO DE LA POESÍA MODERNA

El fin del realismo coincide con los primero años del siglo XX. Dos grandes poetas, Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire, imprimen una nueva personalidad a la poesía. Triunfan el dandismo, la bohemia, la extravagancia y la independencia entre los jóvenes artistas, que rechazan la sociedad burguesa, sociedad a la que ellos mismos pertenecen.

En las letras hispanas, el gran valedor de esta nueva estética, conocida como "Modernismo", fue el poeta nicaragüense Rubén Darío. Figura muy influyente en la cultura de su tiempo, viajó por todo el mundo como embajador y allí donde estuvo implantó su gusto y manera de entender la poesía. El Modernismo fue una reacción al realismo imperante en la literatura, pero al contrario que el romanticismo, no se refugió en los sentimientos grandilocuentes, sino en la búsqueda de lo nuevo, lo original, lo moderno.

 

Características del Modernismo:

Al igual que el simbolismo francés utiliza la estética de los símbolos. Los modernistas gustan de imágenes exóticas, se inspiran en las culturas orientales, buscan manifestaciones artísticas originales y coloristas. También imitan algunos rasgos de otra de las escuelas francesas de final de siglo, de los Parnasianos. Buscan una lírica más pura e incluso elitista. El modernismo cree en el "arte por el arte", útil y sutil en sí mismo.

El modernismo toma de los simbolista la sinestesia, asociando a los colores olores, a los sonidos sabores... El principal rasgo modernista es la musicalidad. La polimetría es arriesgada, recuperando el verso alejandrino. En la búsqueda por lo bello y original se emplean galicismos y cultismos tomados del griego y del latín. Una mitología colorista y disparata pueblan los poemas modernistas, princesas, dragones, castillos, bufones...palacios medievales, pagodas...

El modernismo nació en autores americanos como José Martí y sobretodo Darío.

Uno de los mayores promotores del "arte por el arte" y de la belleza en España fue Salvador  Rueda, que en 1890 publicó Aires españoles y en 1900 Piedras preciosas. Sensualidad y erotismo rodean a los primeros modernistas españoles. Destacamos también a Manuel Reina y Ricardo Gil. Otro de los modernistas imprescindibles es el almeriense Francisco Villaespesa. La lírica modernista española alcanzaría uno de sus momentos cumbre con el excepcional Juan Ramón Jiménez (que pasó por distintas etapas estilísticas). Los poetas modernistas se reunieron en revistas como "Renacimiento" y "Helios".

Manuel Machado, hermano de uno de los más grandes poetas españoles, es, sin duda, uno de los más destacados modernistas españoles. Influido por Rubén Darío y directamente por Simbolistas y Parnasianos, se calificó a sí mismo como "decadente y abúlico". Una de las facetas más valoradas de Manuel Machado fueron sus cantares andaluces, de honda verdad popular y que marcarían el camino a Lorca o Alberti.

El autor modernista más polifacético y literariamente más relevante, es D. Ramón María del Valle-Inclán. Dramaturgo sobresaliente, creador del esperpento, su poesía es modernista y original. Su variedad estilística lo sitúan en ocasiones entre las voces de la generación del 98.  Además, fue también muy crítico con el modernismo, como se puede ver en sus "Luces de Bohemia". No obstante, sus poemas pertenecen al estilo modernista.

Después, voces como la de Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado, criticaron la superficialidad del modernismo, auque la estética perduró entre poetas más jóvenes, los denominados "posmodernistas". Tales son Enrique de Mesa, Enrique Díez-Canedo o Emilio Carrere.

La poesía de la generación del 98

La distinción entre Modernismo y Generación del 98, muchas veces discutida, está más que justificada. Frente a la evasión de los modernistas, los noventayochistas se plantean la situación de España y la del ser humano. Se trata de la poesía del 98. El existencialismo de Unamuno (1864-1936) precede al de Sartre o Camus. Y la genuina obra de Antonio Machado será admirada y estudiada por poetas posteriores, especialmente por el intimismo de la poesía de la experiencia.

Al igual que en la prosa, el protagonista  de la poesía del 98 es el paisaje castellano: metáfora de España, de la árida, inmensa y complicada realidad española. Antonio Machado escribe versos de corte existencial y de una excepcional calidad poética.

 

 

NUEVOS AIRES

A principios de siglo florecen cientos de corrientes y estéticas literarias en Europa. Todas las artes experimentan nuevas formas y posibilidades. La única regla es inventarse sus propias reglas. Unos cantarían a los nuevos inventos mecánicos como los héroes perfectos, otros deformarían la realidad y buscarían en la interpretación de lo absurdo el sentido de las cosas. Sin embargo, en España, el espíritu renovador e irracional de las vanguardias no caló tan hondamente como en el resto de Europa. No triunfaron presupuestos como la escritura automática o el procedimiento dadá de escritura al azar. Quizá Ramón Gómez de la Serna fue gran figura de las vanguardias en España, y en su obra se ejemplifica la experimentación y originalidad de estos jóvenes poetas.

Como indicaba José Ortega y Gasset en la Deshumanización del arte, las nuevas tendencias europeas renunciaban a hablar de los seres humanos, de sus problemas, sus ansias, sus dudas... Los vanguardistas pretendían sobre todo sorprender al lector. Las imágenes poéticas son pura imaginación e ironía, pero no aluden a la realidad ni a los problemas que la rodean. Por ejemplo, las greguerías de Gómez de la Serna son frases llenas de ingenio, que asombran y maravillan al lector, pero en ellas no hay sentimiento o ansia del poeta. Los españoles no supieron desprenderse de cierta "racionalidad" en sus textos, aunque las vanguardias llegaron sobre todo de Hispanoamérica, especialmente con Vicente Huidobro y Jorge Luis Borges.

 

Los ismos

La primera vanguardia europea fue el Futurismo, inaugurado por el italiano Marinetti. Siguieron el Expresionismo o el Cubismo, sobre todo en el campo de la pintura. El Dadaísmo se revela ante las reglas de la cultura y emplea un lenguaje lleno de juegos. El ismo más aceptado de todas las vanguardias europeas fue el Surrealismo, tanto en pintura como en literatura. El surrealismo sí busca expresar sentimientos del ser humano, en concreto, aquellos sentimientos más puros y profundos, los que afloran en los sueños y habitan el subconsciente. Imágenes y asociaciones absurdas, como la de los sueños, son reflejo de sensaciones y estados anímicos humanos El surrealismo le debe un importante rédito al psiquiatra Sigmund Freíd.

En el mundo hispano, aparece el Creacionismo, que se debe al poeta chileno Vicente Huidobro. Éste apostaba por una literatura creada a partir de la literatura, no como imitación de la naturaleza o de algo físicamente real. El poema nace del autor como el árbol de la naturaleza. Un poeta cercano a Huidobro y su creacionismo fue Juan Larrea. Otro ismo de relevancia en España fue el Ultraismo, que rechazaba la estética y la poesía de Rubén Darío y sus seguidores. Un poeta ultraísta importante fue Guillermo de la Torre.

Otros, aunque conocedores de la vanguardia, prefirieron diferentes formas de expresión. Es el caso de Felipe Camino García, conocido como León Felipe (1884-1968). Comienza con una línea tradicional para terminar en una poesía grandilocuente y profética, influida por autores como Nietzsche o Walt Whitman, en la que el verso libre permite una lírica ética y moral, representativa del exilio que el poeta sufrió hasta su muerte en México.

 

Juan Ramón Jiménez, poesía pura

El Nobel J.R.J. es el gran poeta del nuevo siglo recién nacido. Recorrió varias etapas hasta abandonar cualquier moda y crear un estilo propio y personal. Siguiendo el ansia de Mallarmé, de crear una poesía pura, exacta y hermosa, válida en sí misma, cultivó una poesía excepcional. Fue el gran maestro de la posterior generación de 1927, además de ser nexo entre varias etapas, las que él mismo recorrió. Efectivamente, Juan Ramón Jiménez se consolidó como gran poeta en su etapa modernista, pero posteriormente renegaría de esta corriente para alcanzar una poesía más pura, sencilla como la de su primera etapa, sus primeros poemas de adolescente.

 

La generación del 27

Nacidos alrededor del cambio de siglo, este grupo poético tiene importantes conexiones entre sí, aunque cada uno de ellos mantiene una identidad creativa propia. Todos se consagraron como poetas de éxito antes de 1936, año en el que estalla la guerra civil y se rompe el momento más interesante de la poética española. Esta guerra aniquilará la vida cultural española. Algunos, como García Lorca, son fusilados, otros encarcelados, como Miguel Hernández –que muere en la cárcel- y la mayoría se exilian. Vicente Aleixandre, que se queda en España, contribuye a resucitar la poética española.

 

 El nombre del grupo se debe a la fecha en que celebraron todos juntos, en el Ateneo de Sevilla, un homenaje a D. Luis de Góngora, en su tercer centenario. Góngora era admirado por todos ellos.

 

 Características:

·       Las fechas de nacimiento oscilan entre 1892, con Pedro Salinas, y 1902, con Rafael Alberti (como añadido encontramos a Miguel Hernández, nacido en 1910).

·       Tienen una formación semejante, todos universitarios (de nuevo Hernández es la excepción).

·       Tienen como maestro a Juan Ramón Jiménez.

·       Todos ellos fueron amigos.

·       No rompieron con las corrientes y estilos anteriores.

·       Admiran y valoran la poesía tradicional

   

 

 

Los poetas

 

Como ya hemos dicho, cada poeta tiene un estilo propio muy característico y evoluciona de distinta manera. Unos exploran el surrealismo (Aleixandre), otros una poesía más humana (Salinas) y otros aúnan las vanguardias con la poesía popular (Lorca y Alberti). Por tanto, esta es una generación en la que cada poeta merece un estudio particular y propio.

El orden cronológico es el siempre elegido a la hora de hablar del 27. El primero de ellos es el madrileño Pedro Salinas. Nació en 1892. Fue profesor de literatura en Sevilla, Murcia y Cambridge y tras el exilio en universidades norteamericanas y Puerto Rico. Murió en Boston en 1951. Escribió prosa y crítica poética (Jorge Manrique, Rubén Darío). Pero lo que sin duda destaca en su obra son sus nueve poemarios. Los principales son La voz a ti debida y Razón de amor. Su tema central es el amor. Este amor es fluido y feliz, sin el típico rechazo de la amada. En esta comunión amorosa se emplea una poesía sencilla y elegante, con pocas rimas y escasamente marcadas y empleando versos cortos.

Jorge Guillén nació en Valladolid en 1893. Enseñó español en París y Oxford y después en Murcia y Sevilla. Durante la dictadura franquista se exilió en Estados Unidos. En 1975 regresó recibiendo el primer Premio Cervantes. Murió admirado por todos en 1984, en Málaga. Hasta 1957 Guillén reunió su obra en un único libro titulado Cántico, que fue ampliando en sucesivas ediciones (1936, 1945, 1950). La poesía de este poemario es complejo y parte de la realidad, de sus vivencias. Guillén anda a medio camino entre la "poesía pura" y la vital. En 1957 publica Maremágnum, en la que su obra se tiñe de pesimismo.

Gerardo Diego nació en Santander en 1896. Él fue uno de los pocos que no se exilió durante la dictadura. Desempeñó una labor docente en Soria y después residió en Gijón, Santander y Madrid, donde muere en 1987. Compartió con Alberti, en 1925, el Premio Nacional de Literatura. Su poesía se caracteriza por su variedad formal, temática y de influencias. Su obra es por tanto heterogénea y busca la perfección Entre sus poemarios encontramos Manual de espumas, Versos humanos, Soria y Alondra de verdad (1941).

Dámaso Alonso nació en la capital de España en 1898. Catedrático, dirigió la Real Academia Española. Fue crítico literario, lingüista y poeta. Murió en su ciudad natal en 1990. Su obra comienza con poemas puros y sencillos. Sin embargo, tras la guerra, considera esta poesía esteticista aséptica y emprende una poesía más humana. En 1944 abre esta nueva etapa con Oscura noticia e Hijos de la Ira. En 1955, finalmente, publica Hombre y Dios. En esta segunda etapa trata sobre los temas eternos como la muerte, la injusticia, el dolor...

Vicente Aleixandre nació en Sevilla en 1898 pero su infancia transcurrió en Málaga y en 1909 se trasladó a Madrid. Una grave enfermedad le permite dedicarse enteramente a la poesía. En 1935 obtiene el Premio Nacional de Literatura con La destrucción y el amor. Fue miembro de la Real Academia Española y en 1977 recibe el Premio Nobel. Murió en Madrid en 1984. Su obra poética la componen Ámbito (1928), Espadas como labios (1932), La destrucción o el amor (1935), Sombra del Paraíso (1944) e Historia del corazón (1954). Su obra se centra en el hombre enamorado, ser elemental. Frente al amor opone la muerte y el dolor. En la España de la posguerra influyó enormemente en los jóvenes poetas.

 El granadino Federico García Lorca también nació en 1898. Su obra teatral es tan importante como su obra poética en la que destacan varias corrientes. Murió en 1936, fusilado por los franquistas en los primeros días de la guerra civil. Su obra poética comienza con Libro de poemas (1921), de corte modernista y "juanramoniano", si bien con sus primeros toques personales. Ese mismo año escribe Poema del cante jondo, publicado en 1931. En este poemario florece su estilo personal, con ecos populares y un colorido arraigado en el pueblo y los paisajes de Andalucía, combinando lo culto y lo popular. En 1924 escribe Canciones y comienza el Romancero Gitano, que fue publicado en 1928 y aclamado por todos. Entre 1929 y 1930 escribe Poeta en Nueva York, poemario surrealista que protesta contra un mundo masificado, despiadado y deshumanizado como el que se encuentra en la ciudad americana. En sus últimos años publicó Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), Sonetos del amor oscuro y Diván del Tamarit (1936), influido por los antiguos poemas arábigo-andaluces. Así pues, en su obra se ve presente la poesía popular española, las imágenes difíciles de las vanguardias europeas, la poesía pura de Juan Ramón Jiménez y todo ello con un lenguaje personalísimo y magistral.

Rafael Alberti nació en la provincia de Cádiz en 1902. Siendo aún joven se trasladó a Madrid. Además de la literatura, se dedicó a la pintura y de manera activa a la política, como miembro del Partido Comunista. Durante la dictadura se exilió a Argentina, Uruguay e Italia. Restablecida la Democracia, volvió a España como diputado y en 1982 recibió el Premio Cervantes. Murió en su ciudad natal en 1999. Su obra también es muy heterogénea. En su obra se combina lo culto y lo popular, lo andaluz y lo castellano, lo barroco y lo escueto... En 1925 publica Marinero en tierra y siguen a este poemario El alba del alhelí, libro muy colorido y Cal y canto, de difícil gongorismo. En 1929 publica una de sus obras más relevantes, Sobre los ángeles, de rasgos surrealistas. Después de 1931 pone su pluma al servicio de los revolucionarios y califica su poesía anterior de "burguesa". Además de su poesía política, publicó en esta época entre otros poemarios Entre el clavel y la espada (1941), Pleamar (1944) u Ora marítima (1953). Es Alberti junto a Lorca, uno de los poetas más valorados de la generación del 27.

En 1902 nació en Sevilla Luis Cernuda y fue alumno en la Universidad de Sevilla de Pedro Salinas. Durante la dictadura, se exilió como profesor de varias universidades europeas y americanas. Falleció en México en 1963. Reúne su obra bajo el título de La realidad y el deseo, y publicó poemarios como Donde habite el olvido y Como quien espera el alba. Destaca su prosa poética recogida en Ocnos (1942). Su poesía de aire romántico se lamenta por la triste realidad y anhela la felicidad, el deseo. En sus primeros poemas está muy presente el amor prohibido (Cernuda fue un homosexual hijo de general y nacido en una sociedad puritana) y en el exilio escribe por el pasado perdido en su amada Andalucía o la antigua Grecia. Hoy día, es uno de los poetas más admirados de la generación.

Miguel Hernández no sólo empezó a triunfar como poeta justo antes de estallar la guerra civil sino que además continúa la línea creadora del grupo del 27. Nació en Orihuela en 1910. (Era dieciocho años menor que Salinas). Comenzó con un estilo inspirado en los clásicos españoles del siglo de oro con poemas amorosos y religiosos. En 1934 se traslada a Madrid, donde conoce a Pablo Neruda y comienza a escribir una poesía de ideología comunista. Estallada la guerra, se convierte en un símbolo del bando republicano. Al terminar la guerra fue apresado y murió de tuberculosis en 1942. En Perito en lunas (1933) emplea su primer gongorismo. Sin embargo, su poesía evoluciona hacia una mayor sinceridad, fuerza y humanidad, que le ha hecho célebre. De esta etapa destaca El rayo que no cesa y Viento del pueblo (1937).

Existen otros poetas que escribieron en esta época y mantienen rasgos comunes con los grandes del 27. Los más destacables son Manuel Altolaguirre, nacido en 1905 en Málaga y Emilio Prados, nacido en 1899. El primero posee una obra refinada e intimista y el segundo es autor del primer libro surrealista español. Otro nombre a recordar es Juan José Domenchina.

 

La poesía de posguerra

 

Acabada la guerra civil española, no sólo el país está en ruinas y dividido en dos bandos; también su literatura. Los grandes poetas anteriores al 1936 han perdido su unión de grupo e incluso con su país. Es decir, que aquellos que no han muerto (Unamuno, Antonio Machado, García Lorca), han huido al exilio (Juan Ramón Jiménez, Albeti, León Felipe). Muy pocos permanecen aquí (Dámaso Alonso, Aleixandre, Gerardo Diego) aunque su permanencia impulsará la literatura en España. Distinguiremos tres grandes grupos, no por estilos o generaciones, sino por su visión de la España de posguerra.

  

Los poetas del exilio

Así pues, en este grupo se encuentran poetas que ya han alcanzado el éxito y la madurez literaria antes de la guerra. Son poetas de las vanguardias y sobre todo de la Generación del 27. Son pocas las voces nuevas. Entre ellos destaca el "exiliado interior" (no salió de España pero sí de la vida pública) Juan Gil-Albert. Todos los críticos coinciden en tildar de "exiliada" a su poesía, por sus características comunes con los exiliados. Los nombres más destacables del exilio son Juan Ramón Jiménez pero sobre todo la continuada obra de Rafael Alberti, Luis Cernuda...

 

Los poetas "garcilasistas" o arraigados

Este grupo de poetas cercanos al recién instaurado régimen franquista se preocupó de cultivar una poesía de calidad técnica, al margen de consideraciones más humanas o existenciales. En ocasiones alcanzan una gran brillantez técnica. Otras veces declaran manifiestamente su afinidad a Franco con poemas triunfalistas como la "Oda al 18 de Julio" de Ridruejo. Se llaman poetas arraigados por encontrarse bien con la España que les rodea.

 

Llamada "Generación del 36" se agruparon en las denominaciones de "El Escorial" y "Garcilaso" por su patriotismo triunfalista la primera y por su clasicismo la segunda. Poetas clasicistas (y algunos dentro de la línea más "profranquista") son Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y, por su clasicismo, aunque de temática existencial, Rafael Morales.

 

Posteriormente, entrando en la década de los 50, se cultivó una poesía claramente combativa en oposición a la situación política y social de la posguerra española. La llamada poesía social: José Hierro, Blas de Otero, Gabriel Celaya.

 

EL COMPROMISO SOCIAL Y POLÍTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ

EL COMPROMISO SOCIAL Y POLÍTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ

EL COMPROMISO SOCIAL Y POLÍTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ

 Si Ramón Sijé  (José Marín) y los amigos de Orihuela le llevaron a una orientación clasicista, a la poesía religiosa y al teatro sacro, Neruda y Aleixandre lo iniciaron en el surrealismo y le sugirieron, de palabra o con el ejemplo, las formas poéticas revolucionarias y la poesía comprometida, influyendo, sobre todo Neruda y Alberti, en la ideología social y política del joven poeta provinciano. Superada esta crisis ideológica y estética, Miguel Hernández llega a ser un poeta comprometido con el pueblo.

  • En 1935 colabora en las Misiones Pedagógicas. Se afilia al Partido Comunista.
  • El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 le obliga a apostar por la República. No solamente entrega toda su persona, sino que también su creación lírica se vuelve arma de denuncia y testimonio. Su poesía se hace instrumento de lucha, ya entusiasta, ya silenciosa y desesperada. Como voluntario se incorpora al 5º Regimiento, después de un viaje a Orihuela para despedirse de los suyos. Se le envía a hacer zanjas en Cubas, cerca de Madrid. Emilio Prados logra que se le traslade a la 1ª Compañía del Cuartel General de Caballería como Comisario de Cultura del Batallón de El Campesino. Va pasando por diversos frentes: Boadilla del Monte, Pozuelo, Alcalá. Lleva una vida agitada, con continuos viajes y apasionada actividad literaria. Todo esto y la tensión de la guerra le ocasionan una anemia cerebral aguda que le obliga por prescripción médica a retirarse a Cox para reponerse.
  • En febrero de 1937 es destinado en Andalucía al "Altavoz del Frente". Participa en el II Congreso Internacional de Intelectuales en Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia. Realiza un viaje a la URSS, formando parte de una delegación española enviada por el Ministerio de Instrucción Pública, para asistir al V Festival de Teatro Soviético. Se publican ’Viento del Pueblo’, ’Teatro en la guerra’ y ’El labrador de más aire’. En 1938 actúa como soldado, y como poeta, en diversos frentes. Varias obritas de Teatro en la guerra y dos libros de poemas que han quedado como testimonio vigoroso de este momento bélico: Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939).
  • Poemas a  figuras del frente republicano: “Rosario la Dinamitera”… Contra el fascismo.
  • Su poesía se llena de vivencias sociales y revolucionarias. Poeta del pueblo. El poeta es intérprete de sentimientos colectivos. En estos años sus poemas empiezan a tener conciencia social: es el poeta de la guerra civil. Con su verso y con su “sangre” va plasmando la tremenda experiencia de la guerra. (“Pueblo de mi misma leche”, dice el poeta). Superación de la etapa retórica. Poesía combativa y exaltada, de condenación del burgués. Defensor del pueblo, del oprimido, de los campesinos…  (“Viento del pueblo”). Muchos de estos poemas se escribieron pensando en la recitación pública. Poesía social. El contenido se esparce en cuatro direcciones: la elegía, la exaltación heroica, el sarcasmo combativo y lo social.
  • Los poemas de índole social, denunciadores de la injusticia, son de una ternura desgarradora. Sinceridad. Dolor compartido. Defensa de los explotados… En cierto sentido, su poesía establece un lazo de unión con “Los santos inocentes” de Miguel Delibes. Ejemplos: “El niño yuntero”, “EL sudor”, “Las manos”, “Jornaleros”. “Aceituneros”…
  • Poeta soldado: “cantando me defiendo y defiendo a mi pueblo”.

La vida y la muerte en la poesía de Miguel Hernández

La vida y la muerte en la poesía de Miguel Hernández

 

 

 

 

 

 

 

 

LA VIDA Y LA MUERTE EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

 

 

Juan CANO CONESA

 

Nota previa: Todas las referencias que hagamos a los números de páginas citados en el presente trabajo se refieren a la obra Miguel Hernández. Antología poética. Edición y guía de lectura José Luis Ferris, Ed. Espasa Calpe (Austral Poesía), Madrid, 2000, 2007.

 

Casi la totalidad de los especialistas en la obra de Miguel Hernández, han observado la estrecha relación que existe entre la biografía y la creación lírica del poeta. Y es cierto. En todas las biografías de Miguel Hernández, la mejor de las cuales es, en nuestra opinión, Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta, de José Luis Ferris, se hace una documentada relación de acontecimientos asociados a la vida del poeta y una incardinación muy acertada de dichos acontecimientos en la producción poética del escritor oriolano; en ella observamos cómo ambas realidades son inseparables. Pero más allá de los asuntos biográficos –a los que, evidentemente, aludiremos cuando el análisis temático de su poesía lo requiera- iniciaremos una línea de reflexión que tiene como objeto la contemplación de un proceso: la obra de Miguel Hernández es como una vida, con sus balbuceos iniciales, sus momentos de empuje juvenil, sus alardes de autoafirmación personal y sus convicciones de que no queda más remedio que aceptar la realidad como una pena, como una sucesión de heridas. Dicho esto, nos podemos permitir adoptar una visión rotunda y definitiva sobre lo que consideramos elemento infalible: la vida no es más que una maquinaria de destrucción o, como dice Heidegger, “el hombre es un ser para la muerte”. Pues bien: parece que toda la producción del poeta es una constatación de la terrible definición del filósofo existencialista.

 

En la poesía de Miguel Hernández se da perfectamente un discurrir dramático que comienza con la vida más elemental y balbuceante, una vida casi festiva, inconsciente y de ficción, que poco a poco –conforme se va configurando el sufrimiento y se va desarrollando la historia personal del escritor- acaba por deslizarse por la pendiente de la tragedia. Ahora es cuando ya podemos repetir sin prevención alguna lo que anteriormente decíamos: la vida y la obra de Miguel Hernández son inseparables, porque el hombre vive para la poesía, al tiempo que la poesía es el termómetro constante de las embestidas de su humanidad desbordante, de su pasión, de su reciedumbre, de su vida, de su obsesión poética: “En mis años de poeta –afirma Pablo Neruda de Miguel Hernández en Confieso que he vivido-, y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal”.

 

Incluso en situaciones infaustas, demostró una gran calidad humana. Lleno de humanidad, callado, retraído y a veces impredecible, adquirió pronto la sabiduría de la privación y de la escasez. Pero también era espontáneo y dicharachero cuando la ocasión lo requería: podía perfectamente contar chistes, canturrear para animar a sus compañeros de cárcel o ayudar generosamente a sus vecinos de celda[1].

 

Sobrecoge el proceso vital que recorre la obra de Miguel Hernández. Independientemente de los estilos, tendencias literarias o influencias a los que los adscribamos, la mayor parte de los primeros poemas (fundamentalmente, hasta los que integran El rayo que no cesa), contienen un soporte de cierta despreocupación consciente, de vitalismo despreocupado y hasta, en ciertas ocasiones, de optimismo natural: en esta época su vida va por un camino (sueña con poder vivir para dedicarse a la poesía) y su obra por otro (contempla el mundo desde la perspectiva de sus poeta leídos y admirados). Quizás sea una osadía afirmarlo con rotundidad, pero podríamos afirmar que el primer espacio poético hernandiano estaría contagiado por la idea del primer Jorge Guillén, el de Cántico, el de la armonía esencial, el que proclamaba que el mundo estaba bien hecho.

 

Son muchos los poemas en los que se rinde homenaje a la naturaleza con un júbilo casi exultante: las plantas, las piedras, los bichos... todo lo vivo es bello, todo lo vivo inspira una gracia contagiosa y sin aristas. Lo natural es fuente de experiencia, en la que se presenta un rico caudal de imágenes y una especie de fundamento de vida dedicada a vivir, de vida dedicada a leer y a escribir. En estos poemas se nos presenta un Miguel alborozado y vital que busca en la Cruz de la Muela, en la colina de San Miguel o en las huertas de Orihuela el refugio apetecible de los clásicos para cantar los desdenes de la amada, la esperanza de una respuesta amorosa, los silbos del ruiseñor, los quebrantos de las tórtolas, la flor del trigo o, sencillamente, la armonía de la naturaleza. Pero más allá de la vida que confiere a las cosas, el vitalismo de Miguel Hernández percibe las cosas como si estuvieran vivas: la piedra amenaza, la luna se diluye en las venas, la breva es una madrastra, la palmera le pone tirabuzones a la luna, la espiga aplaude al día. La vida. Aquí no hay muerte; si acaso, una muerte anunciada por la llegada de los atardeceres, esos que sorprenden al poeta leyendo junto a un ciprés, mientras se encienden las estrellas y se apaga la luz. Queda flotando un silencio macizo que se recuesta sobre las frondas mientras expira la belleza desgraciada de la tarde.

 

Sobrecoge el cariño arrebatador con que el poeta contempla la naturaleza, esa exaltación de lo insignificante, ese pulimento de hedonismo levantino con que canta la belleza del vivir por el vivir: “Lagarto, mosca, grillo, reptil, sapo, asquerosos / seres, para mi alma sois hermosos. / Porque Iris, señala / señala con su regio pincel, / vuestra sonora ala y vuestra agreste piel. / Porque, por vuestra boca venenosa y satánica, / fluyen notas habidas en la siringa pánica. / Y porque todo es armonía y belleza / en la naturaleza” (página 65). La naturaleza es uno de los grandes tópicos de su obra, porque forma parte de su vida, de sus orígenes, de sus lecturas. Sus primeros poemas son, según Ferris,  “apuntes líricos, de estampas ajustadas a la geografía levantina que ilustró su niñez y que emplea oreándolas de bucolismo, amparándose en su capacidad sensitiva para captar los matices, las sensaciones que en él despierta el paisaje terruño” nos explica José Luis Ferris. En sus poemas descubrimos una naturaleza sentida como lector de la poesía del Siglo de Oro, una aire de égloga se escucha entre los versos, sobre todo, de sus primeras creaciones. Nos encontramos con pastores enamorados, ninfas y sátiros que expresan sus sentimientos en un entorno que evoca el locus amoenus.

 

Es el mismo Pablo Neruda quien se siente sorprendido por la lealtad que profesaba Miguel a sus orígenes: “El canto de los ruiseñores levantinos, sus torres de sonido erigidas entre la oscuridad y los azahares, eran para él presencia obsesiva, y eran parte del material de su sangre, de su poesía terrenal y silvestre en la que se juntaban todos los excesos del color, del perfume y de la voz del Levante español, con la abundancia y la fragancia de una poderosa y masculina juventud”.

 

Francisco Umbral, en “Miguel Hernández, agricultura viva”[2] afirma que el oriolano “es el hijo pródigo de la naturaleza, que la abandona un día, la sustituye por la cultura y luego volverá a ellas para siempre. La historia de ese alejamiento y ese retorno, de esa reconquista lenta de la naturaleza en su obra y en su vida, constituye la médula misma de su biografía interior…”

Y si algo de pena se incrusta en la poesía de la época anterior a la del Rayo que no cesa, e incluso a la de Perito en lunas, se trata de una pena más literaria que vivida, esa especie de melancolía que lo acerca más al dolor artificial e imitado que a la pena real en la que, más tarde, quedará existencialmente enredado. Esa pena a la que aludimos es literaria, ficticia, virgiliana (el poema “Pastoril”, en la página 70, recrea modulaciones bucólicas de los clásicos latinos y españoles, como hemos dicho anteriormente), pero legítima, porque, como dice el mismo Miguel Hernández, “la poesía es una bella mentira fingida”. Algunas de esas mentiras fingidas se posan en las ramas de los árboles que pueblan los árboles azules de luna (“Soneto lunario”), se hunden en las albercas, dibujan la risa de “Un gesto del alba”, o aprenden las lecciones de las aves que cantan su lección de armonía en un “Día armónico”. Hay una vida contemplada, ajena, vida palpitante en sus primeros poemas. Según Gloria Guardia, “hasta que no sufre la muerte de personas cercanas o las de la guerra, la muerte es un sentimiento más literario que real”. A propósito de esta alusión a la muerte de personas cercanas, permítaseme hacer un breve paréntesis para desmentir algo que ha venido diciéndose con frecuencia: que la primera experiencia de muerte de un ser querido fue la de Lolo, personaje al que Miguel Hernández dedica su “Elegía al guardameta”. Y ello, porque el tal Lolo (Manuel Soler, jugador del equipo de fútbol de Orihuela), no murió durante el partido. Afirma Pedro Collado Soler que sí se hizo una gran herida en la cabeza al ir a parar un balón. Por tanto fue la imaginación del poeta la que creó esa muerte (Lolo sería conducido a la cárcel alicantina en la que murió Miguel, pero no tuvo oportunidad de ver al poeta, que ya estaba agonizando). Esta elegía inspiró una tremenda secuencia narrativa a Salvador García Jiménez, quien en Coro de alucinados[3] dejó escrito lo siguiente:

 

Se escuchó el silbido de la fuerte respiración del jugador que sacó el córner. El Comba avanzó hacia el portero; saltó más allá de sus manos; se aplastó su nariz contra el balón que dio un segundo beso a las redes. Pero de la cabeza del Comba brotó una flor de sangre al rebotar en el larguero: sin peso, un segundo rebote en las espaldas de un jugador le subió a las redes y quedó apresado por ellas, sin tocar tierra, la mirada hacia el cielo, muerto definitivamente, pescado por Dios para su reino. Atrapado en las redes, parecía el jugador más hermoso de cuantos existieran. Las gargantas enronquecían, los ojos se desorbitaban. Jamás asistieron a un espectáculo igual. Y sin saberlo, entonaron un requiem improvisado –no podía ser otro para la inmensa sed del Comba–: «¡A la bin bon ban; el Comba, el Comba, y nadie más!» (1975: 287).

 

Lo dicho: que suena la vida, la lira y los torrentes. El poeta ordeña en cuclillas, celebra la risa de las granadas o escucha “más de un trillón de aves” que cantan bajo la batuta del profesor Sol. Claro que no hay canto más impresionante a la vida que el bellísimo poema en el que el amor se libera de la insoportable tristeza circundante (hemos dado un salto grandísimo en la poesía y en la vida de Miguel) e instala el centro del tiempo y del universo en el vientre de la mujer amada: “Menos tu vientre, / todo es confuso” (pág. 291). Pero no adelantemos acontecimientos y volvamos al transcurrir convencional de la vida y de la muerte.

 

Tras la exaltación de la naturaleza, llega la melancolía, que no es más que una interiorización de la vida circundante: hay un toque de muerte que inunda de tristeza el paisaje y que unge de tristeza al poeta. Sigue habiendo mucho de campo y de vida provinciana en Perito en lunas, macerados en un gongorismo hermético y de construcción sintáctica compleja. Imaginamos que esa complejidad formal respondería a una voluntad de exhibición que, como algunos estudiosos sostienen, supondría un intento de justificar su competencia, al margen de su condición de cabrero provinciano. En cualquier caso, y al margen de las interpretaciones y juicios de valor que se pudieren articular en torno a su estilo, a nosotros nos corresponde concluir que ahí queda la vida como concepto subyacente y aglutinador de vivencias y de temas. Porque Miguel Hernández va incorporando vivencias a su poesía, de la misma manera que su vida se va nutriendo de poesía: poesía vivida y vida dramáticamente poética, en definitiva. Esa incorporación viene dictada por la enorme personalidad del propio poeta que “tizna cuando estalla” (como la pena), que oscurece o ilumina cuanto trata, cuanto toca con su palabra encendida. En 1960 escribía Buero Vallejo “Miguel era un hombre a caballo entre la alegría y el dolor, entre la luz y la sombra (...) Hay poemas suyos en los que las palabras alegría, luz, sombra, se reiteran constantemente. ¿Por qué? Porque Miguel era ya un gran poeta trágico […] Él conoció tempranamente, dada su extracción humilde, el dolor, y después tuvo sobradas ocasiones de conocerlo a fondo de manera desgarradora; pero él, como verdadero hombre trágico que era, quería a toda costa, denodadamente, alcanzar la alegría [...] Recuerdo cómo le gustaba cantar y hasta cómo nos canturreaba cosas divertidas y un tanto chocarreras en ocasiones; solía contar también chistes. Y es que este hombre extraordinario era también un hombre como cualquiera de nosotros[4].

 

Un 28 de marzo de 1942, cuando moría el hombre, nacía un fuego inextinguible, aventado por el aliento poético de quien pronto llegó a convertirse en emblema, en mito universal. Cada poema de Miguel Hernández lleva cosido un jirón de vida y de muerte. Por eso, cuando se lee un poema, se rememora una existencia, es decir, una aventura dolorida y un desenlace atroz. Aquel aliento poético al que aludíamos fue alimento de una voz que llevaba prendida en la garganta el dolor y la rabia (“y llevo al cuello un vendaval sonoro”, afirma en el poema “Como el toro”, aludiendo a los mugidos del toro, del poeta). Ese “vendaval sonoro” viene a ser una de las figuras que mejor representan la coherencia del poeta: grito, mugido, rabia indisimulada, fracaso amoroso anunciado, rebeldía disonante y ronca, presagio de destrucción. La vida siempre se presenta amenazada por fuerzas incontrolables. Todo es un sino sangriento, un anuncio fatalista, una energía que encierra, en ocasiones, el germen de la destrucción.

Miguel Hernández llenó de vida –también de muerte- el centro de su poesía. Y la vida y la muerte –lo sabemos- configuraron la indisoluble asociación de una biografía y de una producción literaria.

 

                      Aquí estoy para vivir

                      mientras el alma me suene,

                      y aquí estoy para morir,

                      cuando la hora me llegue

                      […]

                      Varios tragos es la vida

                      y un solo trago es la muerte (Viento del pueblo, pág. 215)

 

Todo lo que nace del corazón está condenado a vivir. Todo lo que nace del vivir está condenado a morir. Pero, en contra de cualquier idea almibarada y nostálgica de la muerte, la poesía de Miguel Hernández, fabricada en las dilatadas estancias del corazón, está llena de un vitalismo trágico en el que todo queda envuelto por un presentimiento funesto, por un fatalismo sobrecogedor:

 

                      Me dejaré arrastrar hecho pedazos,

                      ya que así se lo ordenan a mi vida

                      la sangre y su marea,

                      los cuerpos y mi estrella ensangrentada.

                      Seré una sola y dilatada herida,

                      hasta que dilatadamente sea

                      un cadáver de espuma: viento y nada. (pág. 201)

 

Retoma Miguel Hernández el tópico literario que institucionalizara Góngora en el soneto “Por competir con tu cabello” y que continuara Calderón de la Barca en su auto sacramental Los encantos de la culpa. La diferencia entre Góngora y el poeta oriolano reside en que la certeza del final viene precedida en aquel de una juventud representada por metáforas florales, mientras que en éste predomina un campo léxico lleno de vocablos de connotación abrupta y dolorosa. Allí están el oro, el sol, el lirio y el luciente cristal próximos a su transformación “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”, mientras que aquí queda un ser hecho pedazos, su sangre, su estrella ensangrentada, su herida, próximos a su transformación en “un cadáver de espuma: viento y nada”

 

Todo es finalmente vida y muerte en la poesía de Miguel Hernández, al margen de los reconocidos símbolos y temas que la definen y la agrandan. Ese dualismo viene a significar un claro discurrir existencial y la inevitable disolución final. Ambos elementos configuran la imagen que Miguel posee del mundo. La vida y la muerte viene a ser una discordia que escinde su “yo”. La plenitud vital del toro, por ejemplo, está marcada por un destino trágico, por encima de esa masculinidad agresiva con que muge y se desangra. Su propia experiencia amorosa –sirva también como ejemplo este tema recurrente- contiene una palpitación destructiva muy cercana a la experiencia de la muerte (“los rostros manifiestan / la expresión de morir que deja el beso”). Porque, en definitiva, la muerte no es sino una fuerza interior indomable, que, en muchas ocasiones, viene reclamada por el sufrimiento y la desesperación inevitables. En El rayo que no cesa el poeta consigue “una maduración íntima del concepto del amor como destino trágico del hombre”, según José Luis Ferris. El amor es muerte, al tiempo que supone un impulso irresistible que busca la procreación, la búsqueda del vientre de esa criatura carnal que es la amada.

 

No queda lejos de ese destino la sangre, tópico que llega a constituir uno de los soportes fundamentales de la propia biografía y biología líricas (“un edificio soy de sangre y yeso”), además de una fuerza que convierte a los poetas en camino y viento (“Mi sangre es un camino”). También viene a representar una fuerza descontrolada que destruye (“Citación fatal”), una referencia mítica que proporciona gloria a los toreros, un jugo vegetal que alimenta (“Nanas de la cebolla”), una furia... La sangre es vida porque sale del corazón. Pero por encima de todo esto, la sangre es un complemento de la tierra, porque es vehículo de vida. La sangre viene a ser en Miguel Hernández pura materia sagrada.

 

Toda la obra del poeta oriolano está cruzada por una exaltación vitalista que, algunas ocasiones, llega a poner en duda el hecho de su propia existencia, fundida, al estilo barroco, con la muerte. Se nos revela, por tanto, un Miguel Hernández proverbial, lector y admirador de las grandes paradojas quevedescas (Gerardo Diego describe los sonetos del escritor oriolano como llenos de "sonora plenitud de quevedesco linaje”) y de las proverbiales dudas calderonianas:

           

Sigo en la sombra, lleno de luz: ¿existe el día?

            ¿Esto es mi tumba o mi bóveda materna?

            . . . . . . . .

            es posible que no haya nacido todavía,

            o que haya muerto siempre. La sombra me gobierna.

            Si esto es vivir, morir no sé yo qué sería,

            ni sé lo que persigo con ansia tan eterna.

 

Llega a decir Miguel Hernández que la existencia es un rodar constante “a la desnuda vida creciente de la nada”. Y en esta carrera desbocada de paradojas, nos llama poderosamente la atención ese verso en el que en el limitado espacio ocupado por catorce sílabas se viven sensaciones interminables: no acaba de llegar la muerte que libera y, sometido al sobrecogedor dominio de la fugacidad, el poeta canta la hermosura de la vida, sinónimo del dolor: “¡Ay la vida: qué hermoso penar tan moribundo!”. La pena es la consecuencia de mil heridas cobradas en el campo de batalla del vivir. Pero en absoluta concordancia con el “hermoso penar” hernandiano, y a pesar de tantas heridas de amor y de muerte, todavía queda al poeta un último aliento… dolorido y agonizante, pero aliento. En “El  hombre acecha”, el poeta ofrece en nombre de la libertad o, mejor, ofrece a la misma libertad sus ojos, sus manos, sus pies, sus brazos, su casa, todo: “Retoñarán aladas de savia sin otoño / reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida. / Porque soy como el árbol talado, que retoño: / porque aún tengo la vida”. El poema es una indisoluble unidad de vida mutilada y de aliento gozoso: el que proclama en el último verso.

 

Es muy característica esa lucha constante del poeta por conseguir la plenitud de cuanto va viviendo. Y el poeta absorbe todos los jugos de la naturaleza, vive todas las sensaciones de sus lectura favoritas, vive con pasión el amor como descubrimiento (Maruja Mallo), el amor como trémulo intento (Carmen Samper, apodada “la Calabacica”) el amor como ausencia (Josefina Manresa) y el amor como lejanía platónica (María Cegarra). Se va consumiendo en un sinvivir de búsquedas y definiciones que le encierran en el desconcierto, en la duda y en el pesimismo. De todo ese vivir quedan heridas profundas (“seré una dilatada herida”), ocasionadas por huracanes, tormentos, cuchillos, espadas, rayos e incertidumbres.

 

La vida y la muerte forman parte de un entramado sensual y arrebatado. Llegará la muerte cuando al poeta se le niegue el amor, cuando se le resista la plenitud gozosa de amar. Sin embargo, esa sensación de desaliento no dará la cara hasta que el poeta conozca la noticia de la muerte de Ramón Sijé. Ahí sí que sus versos se llenarán de rabia, de dolor, de hachazos, de heridas, de “rastrojos de difuntos”, de piedras, rayos y hachas, de dentelladas... Vivir es penar y morir: “No podrá con la pena mi persona / circundada de penas y de cardos: / ¡cuánto penar para morirse uno!”.

 

La muerte como asunto poético de primer orden es tema recurrente en Miguel Hernández, como lo fuera en Quevedo. En este sentido, José María Balcells analiza la presencia de Quevedo en el poeta oriolano: “el morirse a cada instante es una de las coincidencias entre los dos, pero el oriolano no poseía la suficiente disciplina mental como para controlar la idea de la muerte”. Concluye el profesor Balcells afirmando que la muerte es una tragedia para Miguel Hernández, mientras que para Quevedo es una tragicomedia.

 

No es necesario recurrir a los estudiosos de la obra de Miguel Hernández para concluir que los tres grandes temas de su poesía son los que él mismo declara en “Llegó con tres heridas”, poema perteneciente a Cancionero y romancero de ausencias:

 

            Con tres heridas yo:

            la de la vida,

            la de la muerte,

            la del amor.

 

Estas tres heridas vienen a configurar el ámbito temático de la poesía hernandiana. Si consideramos que la “herida” viene ocasionada por instrumentos o situaciones que agreden al poeta, llegaremos a la conclusión de que aquélla, la herida, es un elemento remático, consecuencia de los numerosos tópicos que configuran no pocos poemas de El rayo que no cesa. Veamos algunos casos: ‘cuchillo’, ‘rayo’, ‘espadas’, cornadas’, ‘cuernos’, ‘puñales’, ‘turbio acero’, ‘hierro infernal’, ‘pétalos de lumbre’, etc. De todos es sabido que estos instrumentos del dolor que proporcionan alguna suerte de herida, adquieren una expresividad dramática, agónica y desesperanzada en la elegía dedicada a Ramón Sijé. En ella aparecen unos términos que, acompañados por sus correspondientes adyacentes, configuran un mosaico de rabia y de dolor inconsolables: ‘manotazo duro’, ‘golpe helado’, ‘hachazo invisible y homicida’, ‘empujón brutal’, ‘tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes’, ‘dentelladas secas y calientes’... Es insólito y decididamente genial el hecho de llenar de lirismo unos conceptos tan poco líricos como los citados. También podríamos aludir a las situaciones que originan las heridas más espirituales (éstas sí que contienen toda la esencia de una poesía más ortodoxa y convencional); estas situaciones están descritas con hermosas imágenes que reflejan lo que podemos llamar heridas de ausencia o de desesperanza: ‘pena’, ‘naufragio’, ‘noche oscura’, ‘llanto’, ‘triste instrumento del camino’ (bellísima metonimia referida al propio “yo” poético), ‘huracanado’, ‘invierno’, ‘diluviado’, ‘amoroso cataclismo’, ‘agonía’, ‘adiós’...

 

Decíamos que la vida y la muerte configuran una indisoluble asociación. Está claro que cuando el poeta trata como tema la vida, está tratando también la muerte. Por eso, desde la espléndida paradoja mística del “vivo sin vivir en mí” hasta el rotundo juego de identificaciones e identidades hernandianas, el vivir y el morir confluyen en un único cauce expresivo, tan de inspiración quevedesca como el

 

            Callo después de muerto.

            Hablas después de viva.

            Pobres conversaciones

            desusadas por dichas

            nos llevan a lo mejor

de la muerte y la vida.

 

La muerte es un acontecimiento no lejano a las propias vivencias del poeta (claro que ajeno a las mismas –al menos hasta el 28 de marzo de 1942-, por aquello de que sólo se mueren los otros, como dijera Heidegger), pues mueren tres de sus hermanas, muere su primogénito a los pocos meses de nacer y se le mueren conocidos y amigos, entre los que destacamos a Ramón Sijé, personaje universalmente conocido gracias a la famosa “Elegía” del poeta oriolano. “El fuego de la vida estaba en su alma”, afirma Vicente Aleixandre en carta enviada al poeta canario Juan Maderos en 1946. Él, que tanto cantó a la muerte, calificándola incluso de “muerte enamorada”. Procede recordar el espléndido verso en que Miguel llega a conjuntar conceptos tan expresivos como ‘vida’, ‘hermoso’, ‘penar’, y ‘moribundo’: “¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!”

 

Aludíamos a la muerte de Manolillo, de tan sólo diez meses de edad, “consumido por la enfermedad y muerto en un rincón con los ojos espantados y abiertos –estamos citando a José Luis Ferris, página 392 de Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta-. Esta muerte supuso un mazazo inmisericorde en el corazón de un hombre que amaba a los niños con pasión y que, por entonces, iba sobreviviendo (o sobremuriendo, si se nos permite la expresión), a golpe de desgracia. A Cancionero y romancero de ausencias pertenece el poema “A mi hijo”, del que entresacamos los siguientes versos:

 

            Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,

            abiertos ante el cielo como dos golondrinas:

            su color coronado de junios, ya es rocío

            alejándose a ciertas regiones matutinas.

            Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,

            como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,

            con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,

            como bajo la tierra quiero haberte enterrado.

 

Este hijo muerto será objeto de una constante pena. En El hombre acecha escribe las siguientes palabras, dirigidas a Neruda: “Pablo: un rosal sombrío viene y se cierne sobre mí, sobre una cuna familiar que se desfonda poco a poco, hasta entreverse dentro de ella, además de un niño de  sufrimiento, el fondo de la tierra...”.

 

Basándonos en los versos anteriores, queremos llamar la atención sobre una dramática coincidencia: también Miguel Hernández permaneció con los ojos abiertos después de haber muerto. He aquí el estremecedor relato del entierro de Miguel:

 

Amortajado por sus propios amigos, fue conducido hasta el patio de la prisión, donde a media tarde, formada la población reclusa en perfecto duelo, la Dirección del establecimiento permitió que los presos desfilaran ante el poeta y que la banda del reformatorio interpretase la Marcha fúnebre de Chopin. El humilde ataúd fue sacado a hombros por Antonio Ramón Cuenca, Luis Fabregat, Ambrosio, Monera y Pérez Álvarez hasta el exterior del recinto, donde fue entregado a la empresa de pompas fúnebres y a la familia de Miguel. Allí esperaba un modesto coche de caballos y cinco personas: Elvira Hernández, Consuelo (una vecina de aquella), Miguel Abad Miró, Ricardo Fuente y la esposa del poeta. “El largo camino al cementerio –relata Josefina- era de bancales a un lado y a otro. Los campesinos, en el barbecho, se incorporaban apoyándose en los riñones quitándose el sombrero. Muchos de ellos se quedaban largo rato mirando el entierro”. Llegados al camposanto de Nuestra Señora de los Remedios, nadie pudo quedarse a velar el cuerpo de Hernández aquella noche, por ser lugar a donde aún llevaban a fusilar a los presos condenados. Fue a la mañana siguiente cuando se le dio sepultura en el nicho 1009. Abad Miró relata, con evocadora dureza, que él y Ricardo Fuente, antes de introducir el ataúd en el hosco agujero, decidieron “abrir la caja porque no sabíamos si estaba desnudo, si estaba vestido, porque nos lo entregaron cerrado en un féretro [...] me encontré con esa cosa que aún me obsesiona: el cadáver de Miguel era una especie de ninot de falla, tan flaco, tan extremadamente flaco y con los ojos abiertos. Entonces me salió del alma el comentario: “Ni siquiera le han cerrado los ojos”. A la media hora, el director del reformatorio sabía lo que yo había dicho. Y el mismo día llamó a Ricardo Fuente, que era el último que había salido del reformatorio, para decirle que Miguel no tenía los ojos cerrados porque no se le podían cerrar”. Más adelante, José Luis Ferris presenta el parte médico, elaborado y rubricado por Pérez Miralles, en el que dicho médico certifica que Miguel padecía una enfermedad metabólica (síndrome de Kraus) que explicaría dicha circunstancia.

 

Y ya que hemos citado El hombre acecha, digamos que, durante su composición, Miguel se convierte –según palabras de María Zambrano- en “un hombre vuelto hacia adentro, enmudecido”. Su intimismo se puebla  de una visión desalentadora ante tantas heridas, muertes, rencores y odios sin fin. Las dos españas se han declarado la guerra (“Alarga la llama el odio / y el amor cierra las puertas. / Voces como lanzas vibran, / voces como bayonetas”), ha desaparecido el entusiasmo hernandiano y los poemas se tiñen de dolor. Cuando pasa la guerra, los poemas se oscurecen con el desengaño y la tristeza. En la cárcel compone lo que podríamos describir como diario de la desolación, un poemario cercano a la desnudez de la verdad más dura y terrible, que es lo que viene a ser el Cancionero y romancero de ausencias: ha muerto su primer hijo (“Ropas con su olor”, “Negros ojos negros”, “El cementerio está cerca”), ha sido condenado a muerte, conoce la vida de la cárcel, es azotado por una enfermedad médicamente mal tratada y vive en las más absoluta soledad (“Ausencia en todo veo: / tus ojos la reflejan”). Pero por encima de todas las calamidades, quedan el amor y la libertad (“Antes del odio”). La fuerza y la rebeldía de Miguel Hernández comienzan a resquebrajarse y vislumbra un final inevitable en el que canta los pedazos de vida que va dejando en el camino, la agonía hacia la que vuela (“voy alado a la agonía”), la tristeza de las guerras, de las armas y de los hombres. Y en medio de tanta negrura y de tanta sangre (“tiempo que se queda atrás / decididamente negro, / indeleblemente rojo...) la voz nada retórica del poeta se reviste de nostalgia y habla al hijo y a la esposa en el bellísimo poema “Hijo de la luz” (págs. 288 y 289):

           

Hijo del alba eres, hijo del mediodía.

            Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,

            mientras tu madre y yo vamos a la agonía,

            dormidos y despiertos con el amor a cuestas.

 

            Hablo y el corazón me sale en el aliento.

            Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.

            Con espliego y resinas perfumo tu aposento.

            Tú eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.

 

Ha llegado la hora de la resignación (“todo lo he perdido, tierra / todo lo has ganado”, pág. 305). No obstante, los últimos poemas son tal vez los más tiernos y melancólicos de toda la obra hernandiana. Se cierra el ciclo volviendo al amor, porque no hay salvación ni redención posible si no se ama. Aparecen constantemente la amada, el hijo, la infinita añoranza del que mientras se muere a chorros, respira por la esperanza de la inmortalidad. El amor pone alas al poeta: “sólo quien ama vuela”, leemos en el poema “Vuelo”.

Se han cumplido los presentimientos de muerte que sobrevuelan el destino trágico del poeta. Muchos de los acontecimientos que marcan dramáticamente su biografía penetran en la obra y definen a su autor como un ser que casi desde siempre convive con la idea de la muerte, desde aquellas primitivas ceremonias religiosas a las que jugaba desde niño. Dice Odón Betanzos:

                     

Tiene conciencia el poeta del origen de su sino y de su muerte, detalles que se manifiestan de muchas maneras en su obra. Existe en el poeta un recreo en el dolor, en la muerte, como si ya se hubiera acostumbrado a ambos […] Hay palabras que marcan a los creadores. Marcan su voz y su destino. Al expresarlas y escribirlas se perpetúan con la sombra de las palabras pero también les marcan el caminar en la obra. Así, sangre, navaja y muerte en Federico García Lorca, y su muerte fue con sangre; lienzo, tules, campanas de muerte, olvido y en olvido y tristeza murió Bécquer; camino, tan usado por Antonio Machado es por donde sus pasos van al exilio. En Miguel Hernández vulnerar es herir, herir la vida con la palabra misma. Todo acto de creación es intuitivo, por encima del ser y más allá del querer y de la vida misma. En “vuelo vulnerado”, por ejemplo, se vulnera el cielo y, sin quererlo, se atraviesa y corta la vida. Góngora, San Juan de la Cruz van de la mano de Hernández, pero ya el levantino se perfila con su propia voz.

 

[…]

 

El poeta nos fue dando signos en su obra para interpretar su sino y su destino en muerte: nueve años de su muerte, en la figura del Hombre, en su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, se verá muerto el poeta con los detalles precisos de su propia tragedia […] ¡Venid! ¡Llegad! ¡Cargadme! Aquí estoy muerto y de cuerpo presente.

La poesía de Miguel es agónica y fuerte; parece como si estuviera escrita por un toro que levantara versos de la tierra con la fuerza de un “huracán de lava”. Los versos de Miguel se van dibujando a gritos, porque jamás se resignó al trato que le proporcionó la vida: “No me conformo, no: me desespero”.

Muestro y señalo su poesía concisa, reconcentrada, dolorida, cadenciosa, en filo de vida y en filo de muerte alargada y presentida. Rejas sin mirada de esperanzas, hálito de sencilleces que se filtra y en humanidad infinita se recuesta. Cancionero… que tiene ángeles llorosos, palabra mordida, emoción en respiro. Poesía testimonial del dolor y las ausencias, de la luz que se muere porque se muere la vida. Así de grande es esa poesía que estremece al fuerte y lo hace llorar por las entrañas arriba”.

 

La obra lírica se articula en torno a instrumentos de muerte. Mientras García Lorca vuelve a Granada con el miedo metido en la sangre, Miguel Hernández lee el poema “Sino sangriento” (págs. 198-201) en una emisora de radio. Como una funesta premonición –que bien pudiera atribuírsele al desdichado de Federico, pasajero del retorno definitivo a su tierra y del viaje sin fin al fondo del valle de Viznar-, el largo poema se construye sobre cimientos de sangre, sobre sementeras de la nada en donde se horroriza un alma color de amapola. Y se hunde en un mar malherido “un planeta de azafrán”, “una nube roja enfurecida”, “un cielo”. Un “dolor de cuchillada” recibió al poeta mientras mamaba leche de tuera y exprimía las espadas. Persigue la sangre al poeta y una fuerza desarrollada por la madre le empuja a la fosa inapelablemente. A la madre tierra ha de llegar herido por los zarpazos de la vida, por borbotones de sangre, dardos de avena, ansias de muerte, hachas, piedras, cadenas, serpientes, alcobas llenas de vacío, de nuevo un puñado de sangre trepadora que crece y se desborda y arrastra y despedaza y hunde y atropella y hiere…. hasta convertir al poeta en un “cadáver de espuma”. Él mismo lo dijo y nosotros, para terminar, lo repetimos:

 

            Me dejaré arrastrar hecho pedazos,

            ya que así se lo ordenan a mi vida

            la sangre y su marea,

            los cuerpos y mi estrella ensangrentada.

            Seré una sola y dilatada herida,

            hasta que dilatadamente sea

            un cadáver de espuma: viento y nada.



[1]Cierto preso miraba preocupado una fotografía de su hija, que dentro de unos días celebraría su onomástica y para la que no tenía nada que poderle mandar. Miguel, al saberlo, tomó prestada la foto y le dedicó ese precioso poema que se titula “El pez más viejo del río” (...) Para concluir que “esta obra de Miguel (...) expresa magistralmente esa lucha entre el dolor y la alegría del poeta trágico que era. Del grande, dolorido y solitario hombre que fue (...) Así de radicalmente humano era Miguel Hernández” (Buero Vallejo).

[2] Cuadernos hispanoamericanos, nº 230, febrero de 1969

[3] Esta novela, Premio Cuidad de Murcia 1974, fue publicada en Ediciones Marte, Barcelona, 1975.

[4] http://www.elecohernandiano.com/numero%2013/serecuerdo.htm

EL AMOR EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

EL AMOR EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

EL AMOR EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

 

El amor es uno de los ejes temáticos de la poesía de M.H.  (“La vida, el amor, la muerte”). Su obra se escribe en un periodo de tiempo de apenas 10 años, y siempre está ligada a su experiencia vital. A un existencia intensa y complicada, nada fácil. El poema de su último libro, Cancionero y romancero de ausencias,  “Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida”… lo resume muy bien, de manera sencilla. La metáfora de la “herida” se convierte en vehículo simbólico de toda la existencia.

 

 

  • En “Perito en lunas” aparece ya el tema amoroso con encendido sensualismo. El amor apasionado y hasta brutal (“Negros ahorcados por violación”)

 

  • En “El rayo que no cesa” la temática es casi exclusivamente amorosa. 27 sonetos formalmente perfectos y de fuerza apasionada. Amor ardiente y exaltado, como destino trágico del hombre. El cuchillo, un carnívoro cuchillo, (elemento fálico) del primer poema y el rayo (en el mismo título) ya nos dan a entender que concibe el amor como herida y dolor. Violencia y destino funesto, negros presagios que se revelan en la presencia recurrente del toro. Virilidad y nobleza. El deseo sexual desemboca en “picuda y deslumbrante pena”. La serpiente, órgano sexual masculino, se utiliza reiteradamente como símbolo del pecado, de los oscuros instintos del hombre. El desdén de la amada, el rechazo a sus requerimientos, provoca en el poeta la pena y la desdicha. En todo el libro es posible ver la influencia de Quevedo, sobre todo en la imagen del toro enfurecido.

 

  •  “Viento del pueblo” es un libro de poesía social, donde el “yo” del poeta da paso a un sujeto lírico colectivo: el pueblo. Sin embargo, podemos encontrar algunos poemas de temática amorosa (“Canción del esposo soldado”). Lo mismo ocurre en  “El hombre acecha”: el amor aparece como elemento salvador del hombre. Así lo encontramos en el poema “Carta”, o en el requerimiento a los poetas, a los que invita a hablar del amor. “Florecerán los besos sobre las almohadas”…

 

  • “Cancionero y romancero de ausencias” es un poemario escrito en la cárcel. Tristeza y soledad.  Es un diario de la desolación. La enfermedad y las condiciones tan tremendas en las que vive se reflejan en sus versos. Y sin embargo, a pesar de la certeza de la muerte cercana (“Esposa, sobre tu esposo /suenan los pasos del mar”), aparecen el amor  (“”Llegó tan hondo el beso que traspasó y emocionó los muertos”) y la libertad (“Antes del odio”). La alegría por el nacimiento de su segundo hijo (“Tu risa me hace libre/ me pone alas”).  Los últimos poemas son tal vez los más tiernos de su obra: “solo quien ama  vuela”. “Todo está lleno de ti”, “Menos tu vientre, todo es confuso”…

 

IMÁGENES Y SÍMBOLOS EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

IMÁGENES Y SÍMBOLOS EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
  • Imágenes de su entorno en sus primeros poemas:
    • El limonero
    • El pozo
    • La higuera
    • El patio
  • La imagen del pastor:  “En cuclillas ordeño / una cabrita y un sueño”
  • El deseo erótico bajo la apariencia de composición bucólica (“¿En dónde hallar a la ninfa que ha puesto mi sexo alerta?”)
  • En “Perito en lunas” las imágenes y símbolos complican la comprensión de los poemas, llegando a ser auténticos “acertijos líricos”, como decía el poeta Gerardo Diego. Góngora y el barroco están detrás de los símbolos.
    • El toro: sacrificio y muerte (y lo que se asocia al mundo de los toros: cuernos, toreros, sangre, cogidas…)
    • La palmera: el paisaje / chorro hacía lo alto / espíritu
    • Veleta > danzarina, viuda (sola) > bailarina Josefina Baker, negra y viuda…
    • Higuera / higos // remo exigente // perpendicular morena // serpiente: sexo masculino
    • Asalto: violación
    • Nácar hostil: cuerpo femenino
    • Norte: los blancos
    • Sur: los negros
  • En “El rayo que no cesa” la temática amorosa propicia un lenguaje simbólico y lleno de imágenes:
    • Rayo: deseo
    • Sangre: deseo sexual
    • Tirar un limón: deseo sexual
    • Calentura: excitación sexual
    • La camisa: sexo masculino
    • El limón: pecho femenino
    • El vientre / oasis: sexo femenino
    • La amada, que no corresponde al amor: cardo, zarza, …
    • Agua: vida
    • Luna: muerte
  • “Viento del pueblo” es un libro de poesía social, donde las imágenes y metáforas están al servicio del compromiso:
    • Viento: voz del pueblo
    • Buey: pueblo cobarde y resignado, sumiso…
    • León: rebeldía, fuerza, inconformismo…
    • Manos / sudor: trabajo
  • El título de  “El hombre acecha” recuerda la máxima latina traducida por el hombre es un lobo para el hombre. Nos encontramos el hombre como fiera (y aparecen asociadas  palabras como “colmillos”, “garras”, “tigres”, “lobos”, “chacal”, “bestia”…). La sangre ahora significa dolor y la muerte llega simbolizada en el tren…
  • “Cancionero y romancero de ausencias” es un poemario escrito en la cárcel. Tristeza y soledad. La alegría por el nacimiento de su segundo hijo (“Tu risa me hace libre/ me pone alas”). Y la certeza de la muerte cercana (“Esposa, sobre tu esposo /suenan los pasos del mar”)

MIGUEL HERNÁNDEZ, MISIONERO DE LA CULTURA

Este interesante artículo ha salido en La Verdad el 31 de diciembre de 2009.

 

http://www.laverdad.es/murcia/20091231/cultura/miguel-hernandez-misionero-cultura-20091231.html